lunes, 5 de febrero de 2024

Primaveral y antes de navidad

Primaveral y antes de navidad (Por Leomas):

 

Recuerdas que había mariposas sobre el firmamento de aquellos lindos potreros que vieron correr jóvenes siluetas entre árboles testigos de los primeros besos y viejos matorrales con pinos cómplices de abrazos y caricias que llegaron sin curso o aprendizaje en aquellos días cuando la realidad entretejió amores y anhelos que no se arrugan. Hubo música con melodías entremezcladas de reclamos en el primer atardecer y sobre días que se esfumaban como polvo de cantera en la montaña. Esos danzaron inocentes movimientos con aquellos tambores que dieron vida a quien más tarde seria testigo del romance que nunca envejeció y que permaneció pegado como fuerte alga sobre roca dentro de mar saliente. Era jueves de trueque, cambalache, espectáculos de tarima, adivinos, brujos, hechiceros, misas, oraciones, comercio, vicio y juego en toda la región y en la misma altiplanicie, los campesinos alistaban bultos, cajas, canastos y costales mientras los biológicos protectores creían que se perderían debajo de las gigantes piedras de ríos cristalinos existentes en el paisaje o sobre los frescos musgos que se habían apostado en los vetustos senderos por encima de populosas enredaderas que hacían de refugio para quienes se escondían de ojos y bocas chismosas que alborotan los primeros romances.

 

El tiempo no se detuvo sobre los rostros de quienes empezaban a sembrar historias de soñadores o tejer leyendas que cambiaron la cotidianidad de los canarios y el futuro de los gigantes trinitarios que se veían como lámparas fosforescentes de colores majestuosos o postigos de luces que hacen lucir de gala a las matas que siempre nacen aun en los desiertos sin ser encantados por dioses inventados o magos alquimistas que ya no existen. Con seguridad los consanguíneos y los guardias armados de la hacienda familiar fueron en busca de los dos hermosos cuerpos que saltaban como chispas de fogatas encendidas, jugaban sin importar el tiempo que no envejece y la lluvia que no se siente cuando los corazones están unidos y encendidos. Sintieron a los lejos pasos de caballos finos galopando sobre la hierba húmeda e intrépidos jinetes que gritaban como soldados al aire del compinche de la luna y que iban en busca de los adolescentes desaparecidos como la sombra que dejan las ramas de bambúes, arrayanes y palmeras.

 

Hubo desconfianza de los jóvenes entre los aguerridos obreros que cumplieron órdenes a quienes les prohibirían acercar la libido a la orilla de la quebrada o la mano eléctrica que hace vibrar lo desconocido sobre la piel que capta vibraciones en los aprendices y que agita de encanto la vida al descubrir que la soledad no existe entre dos enamorados o simplemente que hay algo más fuerte a la norma que extravía los sentidos aun en los especialistas. La anciana mujer de la cocina dijo haber visto muy cerca al visitante debajo de la acacia y sobre la roca gris que los llenó de lozanía y éxtasis en cada sollozo con abrazos y que tejió el cuento de nunca acabarse en la comarca cuando aún los salvajes comentaristas del ayer recuerdan hoy con picardía cada suceso. Sólo la risa pudo calmar la tristeza de quienes creyeron cerca un secuestro o un asesinato porque la muerte y los facinerosos estaban muy cerca en campamentos improvisados o debajo de carpas y cambuches que exportaban del otro lado de la frontera y que armados habían sembrado la tragedia protagonizada por los delincuentes.

 

La noche no dejó conciliar el sueño a los inexpertos ruiseñores que estaban extasiados de imaginaciones y que sentían que una fuerza superior los unía en medio de estrictas reglas y farsas montadas por los dominadores que abusaban de los más indefensos. Los juveniles tejidos musculosos se acercaron como fina red de hilos dorados irrompibles hasta el amanecer aun entrando el sol de la nueva mañana y así permanecían sin importar los gritos de los campesinos y los cantos de los gallos que estaban muy cerca. No hubo cenizas almidonadas sobre las rocas y los protagonistas no recuerdan gelatinas blanquecinas entrecruzadas.

 

Aquel turpial estuvo muy cerca al arrendajo prendido de silbidos y cantos entre los altos pastizales que lograban esconder los cuerpos aun el de los altos caballos de paso que no se veían cuando irrumpían violando la cerca de alambre y muchas veces aquellos obstáculos que se incrustaban sobre el suelo para evitar los saltos de los abusivos. Miedo sintieron de cada caricia que salía como relámpago de nube para lanzar chispas húmedas de diamantes y perlas gaseosas, que parecían como dentadura fresca y descontaminada del ruido de la metrópoli de donde se habían transportado para cumplir con la exigencia de los progenitores o para simular que estaban cumpliendo las ordenes que los mayores vociferaban.

 

La sonrisa en aquellos atardeceres aun ilumina la galaxia de aquellos sin malicia con suaves labios y hermosos dientes que hicieron tejidos brillantes y remolinos sonoros al paso de corrientes celestes que llegaron nuevas para la añoranza entre sollozos que permanecían por instantes y que lograban enloquecer la existencia de aquellos que encontraron lo desconocido hasta entrada la noche sin perder la luz que bajaba de la luna o de las linternas que obligados llevaban. Aún hoy llora la partida en ese medio día cuando el tren los regresó al cotidiano trajín de la temporada y los lanzó sobre arbustos entristecidos por la tristeza de las tunas, guaduas, arboles de mango y bisontes. El profesor de matemática que lo admiraba dijo que el bello lirio había llegado diferente esa semana al caer sobre las sillas que se colocaban en fila india dentro del salón ciertas flores amarillas y otras transparentes de una hermosa enredadera que denunciaban que algo corría debajo de la calzada y sobre el ventanal que mostraba alegría de venas y arterias como en las mejores subastas o como en aquellos lugares donde la brisa es cálida y no hay vientos tormentosos que obstaculicen las miradas.

 

De nuevo llegó el fin de semana casi que retrasando las horas de los paseantes y deteniendo el tiempo que escaseaba por el oficio de los trenes de la época o porque en cada romance siempre hay ciertos fuegos que alargan la distancia, prolongan los kilómetros y manchan hasta las camisas. El reloj les ayudó a construir risas que rompieron el silencio del mundo desconocido y los segundos eran apreciados cuando se juntaban fuera de la sabana o dentro del territorio prohibido que se perdía entre la vegetación, cultivos y la zona selvática. La extensa casa campesina sobre la planicie gritó de algarabía al ver llegar de nuevo a quien empezaba la jornada sin aventura con aires de inocente y seguro que estaría viendo la mejor sonrisa. Algo muy fuerte recorrió cada milímetro de carne y sobre los huesos y una sensación de emociones sembraron nuevas canciones y el pequeño radio de baterías ayudo a construir otra historia como melodía sin avisos.

 

No hubo maestro para entender eso que estremecieron las dos siluetas que por vez primera experimentaban alegría, tal vez porque eran polos opuestos o porque la bebida perfecta requiere de dos sabores y colores diferentes, que son contrarios al observar cómo suaviza como miel la exquisita fragancia al ingresar al sentido y como se hace fiesta cuando se saborea un pocillo refrescante y caliente medido. El mayordomo los condujo al establo para luego salir a trote sobre el cenizo y el azabache que eran caballos exportados del oriente, que sus antepasados habían conquistado la cúspide escarlata sobrepasando guerras y enemistades que los propietarios del ayer recordaban en los salones o en sus casas. Los dos juntos parecían volar por el aire como locos enamorados que tejen aromas y perfumes de añeja primavera y que los conducían más adentro de las cementeras que se veían a lo largo de los caminos y que lograban alejarse muy seguros que regresarían.

 

Construyeron al galope un futuro en menos de una hora y se vieron en lo alto de los montes a donde sus parientes no querían ir por miedo a otro tipo de conflicto que estaba enfrentando a legales contra ilegales y todos armados fusilaban a quienes no tuviera seda rojiza o azulada sobre los cuellos de los transeúntes y trabajadores. Los caballos unían sus lomos al trote con la brisa y las manos se juntaron como tormenta de agosto en cada molienda que recorrían listos como de película. El anciano responsable del cuidado expresó que debía ir una de las yeguas en el próximo recorrido sobre la sabana para no alterar brisas y vientos que bajaban como relámpagos sobre los arrayanes.

 

Siempre que hay fiesta alguien interrumpe el idilio de los audaces como si magias grises aterrizaran sobre calzadas y desiertos o como si hechiceros arribaran para desbaratar las conquistas. El pedazo de metal saltó por el aire debajo de los cascos de la yegua rojiza y pegó el impacto sobre la hermosa y poblada ceja que se había tejido con filamentos de zafiros y finos arbustos del selvático roble y que sobresalía por encima de los negros ojos azabaches que estaban adornando el rostro del joven que se derrumbaba. Cayó sobre la piel sangre fresca y rozagante que asustó al de los besos y alerto al compinche que como relámpago detuvo al animal para evitar la caída al precipicio que conducía a la muerte.

 

En suspenso el no herido logró pensar en la defensa, pero era muy tarde porque el accidente llego y estaba expuesto sobre los indefensos. Uno de los cuerpos rodó sobre la pradera mientras el otro vio como tenue y encanto su amor como lava de volcán en un instante revolcarse sobre el césped y lanzar un sueve quejido de dolor tocando su rostro con sus finas manos. El caballo frenó en contravía dejando ver la fuerza en cada brazo y la astucia que los relámpagos sostienen cuando de peligro se trata. Creyó ver un cadáver en el suelo, pero era mentira porque un beso despertó al moribundo enamorado que saltó adolorido como caucho y regreso el idilio entre los sauces.

 

Regresaron con sangre en sus trajes de nuevo a las plantaciones que estaban esparcidas entre cítricos, hortalizas, legumbres y mangos. Los trabajadores se asustaron y se armaron de valentía alistando sus rifles y pistolas porque temían a la chusma ilegal y cuatrera que acostumbraba a robar el ganado y escogían a los terneros que crecían entre las ramadas para venderlos a los delincuentes que eran los reducidores en cada comarca y que vendían la carne a precio de vaca robada. Desde entonces los asesinatos estaban acosando a los indefensos y debían actuar con prudencia cada vez que llegaba un visitante a la zona donde se tejió el hermoso romance. Las balas aparecían con luz y sombra cada instante y se escuchaban ráfagas de ametralladora que lograron que los pobladores perdieran el miedo a la muerte, pero también que se alistaran armados cada día como si fuera una guerra.

 

El accidente no fue muy grave, pero era de cuidado cualquier ruido extraño, aunque estuviera o se sintiera a lo lejos. Al llegar la noche el rio sirvió para transportar en un pequeño barco destartalado al enfermo accidentado que huyó de la inexperiencia en brazos de un amor que empezó con paso de león rugiente y que hizo entender que la fidelidad hace parte de la tragedia. Fue afortunado porque a su lado estuvo quien veló aun hasta la camisa que había cambiado de color entre escarlata y verde.

 

Es cierto que se amaron y no hubo contratiempos sino un solo romance como de película fantasiosa o como libreto para escenificar una ópera. Se impregnaron los amantes de valentía y dejaron que sus fuerzas se fusionaran en secreto en las tardes, en las noches y en las madrugadas. Besos que se multiplicaron cada día y caricias que estuvieron cerca en cada noche con encajes que llegaban entre quejidos, abrazos y apretones como entre dioses. Nadie se enteró del accidente porque hubo peligro de parte y parte y fue allí donde el secreto tomo fuerza y la desconfianza cruzo el límite para no confiar en nadie. Los enamorados inexpertos jamás se separaron entre la vida, las ansias vibratorias y la voluntad de vivir y de concebir mejor la muerte. Crecieron juntos como los arrayanes en medio de contradicciones cerca de cementeras, aves de varias especies, animales de cría, aguas cristalinas con sus quebradas, flores, árboles gigantes maderables y miles de abetos.

 

La familia sanguínea se interpuso en las decisiones de los dos al afirmar que dos razas distintas no deben amarse y menos unir en pareja a romance de diferente clase. Hubo tristeza en aquel atardecer al saber que al joven millonario lo sacarían de la nación para evitar roces con el torbellino que se formó alrededor de cada pétalo y gladiolo como para narrar con detalles la odisea y el drama que tejieron muchos trajes. Los adultos creyeron que tomaron la mejor solución para truncar caricias, besos y golpes de la brisa sobre aquellas curvas que dejaban los eucaliptos en cada sombra a su paso y sobre equipajes que querían desintegrar porque los arrayanes estaban en crecimiento y los sauces aun no expelían el olor a perfume.

 

Los dos no aceptaron decisiones erradas de los envidiosos y no escucharon los consejos de los mayores que se creían con autoridad para detener el agua de los ríos o suspender las nubes sobre las cabezas de los ilusos. Salieron corrieron a una metrópoli cercana, huyeron a una región lejana de la zona y la misma los recibió con encanto sobre los parques, decidieron contactar muy rápido a las abuelas que eran propietarias de hoteles y hospedajes, y allí guardaron silencio mientras compraban nuevo equipaje. Se refugiaron trabajando en nuevas aventuras mientras se seguían adorando como al principio del destino. No hablaron de amores en la incertidumbre que produce el atraso, cerraron con llave mágica sus propios secretos con claveles del lejano monte que recogieron en una hermosa madrugada. Sin prisa se quisieron entre sigilo, detalles y en medio de amores entre remansos. Como rubíes brillaron cuando el sol salía y como diamantes cuando el astro se escondía. Hubo esmeraldas entre las sonrisas de cada noche y amatistas en cada amanecer.

 

Cinco años duro el perfecto romance entre los vientos huracanados con nuevas junglas, autopistas de cemento, altas edificaciones y muros que estaban construidos infamemente para separar las clases. Se alejaron de la gente conocida, de su familia, amigos y de sus pueblos. Estaban siempre juntos como trenzas amarradas y libres como aves de la selva que no obedecen ni a los vientos. Aun eran muy jóvenes, pero aprendieron a quererse sin profesor o maestro para lograr perfeccionar el romance. Los otros afuera se imaginaban que eran miembros de una misma familia con quienes compartían los cristales y las luces que se cruzaban sobre rostros maliciosos o risas lisonjeras que siempre se alistan para criticar aquello que desconocen. La belleza permaneció en ellos como ángeles que no se tuercen y el suave roció de la temporada estuvo allí en cada paisaje.

 

Un fuerte amor entre todos los amores hizo clarear aun los anocheceres de aquellos días cuando por culpa de la guerra los chicos ilegales hacían que la oscuridad llegara a cada casa porque bombas putrefactas interrumpían a los civilizados y paraban las maquinas que dejaban de trabajar por el terror que emanaba de los delincuentes. En cada minuto nunca faltaron los besos y siempre estuvo presente la misma mirada. La noche era un nuevo amanecer de éxtasis y sueños dejando caer roció sobre telas que se humedecían y hasta las flores de los laureles de la autopista se enteraban con sus lirios que eran testigos de un perfecto amorío.

 

Y sucedió como rayo que arriba de afuera de la atmosfera a la tierra que la empresa llamó por un incipiente teléfono en ese atardecer para decirle que el amor de su vida estaba en el hospital agonizante varias horas atrás y que había peligro de muerte. Su intrépido tigre se había desmayado al caer la tarde del ocaso sobre las baldosas del laboratorio donde prestaba su servicio y que desde entonces estaba semi dormido. Le dijeron que su voz estaba silenciosa sobre una cama de tejidos transparentes y sábanas blancas que asustan a los huéspedes y parientes. Que él ya no hablaba. Corrió como potro y voló como águila en busca de su amante y para encontrar su media vida y querer despertarlo con magia de los dioses del olimpo o que algo sucedería para que volviera el día con los mismos ensueños.

 

No fue fácil verlo tendido allí en una cama con barandas elegantes y finas, entre aparatos y lámparas que se apagan en minutos, enfermeras que observaban cada movimiento y médicos que entraban y salían como en las comedias de los arcángeles. Estuvo allí muy cerca al moribundo sobre los bordados de la almohada que se veían protegiendo la cabeza de su media naranja como si fuera una terrible pesadilla o como si un fantasma hubiera transformado en segundos la dicha por la tristeza de ver inerte al ser amado. El médico simplemente dijo… hace tres horas está así y no respira. Hemos perdido toda esperanza para recuperarse, el mal destruyo su hígado y corazón, no tenemos medicina para prolongar la vida y la ciencia aun no tiene respuesta para resolver esta clase de enfermedad.

 

Lo tomó por la cintura y frente a todos le declaró su amor eterno sin contratiempo y para siempre. El clavel de su existencia aun algo escuchaba. Sus manos estaban tibias como las planchas del fogón de carbón al apagarse en dónde sus congéneres habían preparado algunos alimentos y de vez en cuando los dos habían experimentado como el fuego lentamente, así como llega, desaparece. Lo besó con suave ternura como la vez primera, sus ojos estaban apagados como la noche fría y sintió que salía una respuesta del agonizante. Guardó silencio en ese ocaso y metió su deseo dentro de una nube azulosa que aun recorre cada día todo su cuerpo. No quiso desesperarse y creyó que si moría de nuevo se encontrarían en otra vida o en otro planeta en donde la vida debería ser eterna y en donde el amor permanece.

 

Siendo bien fuerte su vitalidad y pulso, también quiso y pensó por un momento en matarse o suicidarse. Sin llorar entendió profundamente que algo extraño aparecía sobre los hermosos claveles, nunca iba a comprender aun entre las orquídeas porque entre rosas y gladiolos el perfume es diferente y distinto. Las flores desde ese día se marchitaron en cada rincón del monte escarlata, desde entonces los perfumes se evaporaron del lugar a mansiones gelatinosas y en donde no hay punto de retorno o de regreso. Por fin lágrimas pesadas rodaron por sus mejillas mientras los padres bilógicos llegaron para presentar nuevos suspiros entre la tragedia y cada lágrima porque recordaban que hacía tiempo no lo veían por aquellas costumbres que aun lesionan la convivencia de los audaces y también ellos entendieron que la vida es mejor sin equipaje.

 

Metió cada beso dentro de mudo nicho y prometió conservar la distancia aun de los nuevos gladiolos o claveles que abundaban en la región y que jamás alcanzarían el vuelo de turpiales y canarios. Guardó con cerrojo de oro el crisol que no había envejecido desde aquel amanecer cuando aparecieron los primeros besos. Luego lanzó un pequeño grito desesperado que estremeció la tristeza de los atajos que conducían desde la autopista al lugar donde estaba ubicada la finca de la remembranza. Hoy es de madrugada y no hace frio. Su corazón conserva la risa de su romance como el mismo encaje de su camisa.

 

Tiene el corazón partido y sangra con gotas amargas reemplazando cada lágrima cada vez que recuerda el galopeo de los finos caballos y el ruido chillón de sus cascos. Cada noche lo ve llegar en sueños y permanece en soledad desde entonces esperando el nuevo encuentro o la salida para un nuevo viaje. Dice que en cada madrugada hay una risa fresca y placentera que siente transportarse a contemplar los mismos besos y que su retrato está presente en cada instante y sus dientes aun brillan como perlas y diamantes, su hermosa figura jamás fue reemplazada porque sólo amo una vez, su corazón aun intacto continua el mismo como roca indestructible con buen cause y sin deslizarse.

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