Él Narra feliz su infancia (Por Leomas):
Todos como el viento quedaron
por fuera de la gigante y extensa casa. Sobre la calle la bella mansión cerró
sus puertas para siempre a sus inquilinos y salieron expulsados como a
intemperie de borrachos sin casta. Cada cual a solas buscó una nueva vivienda
en medio de tempestades que hicieron vibrar la maleza junto a un escaso trigo
que algunos vendían. Al final de la pubertad de los doncellos su colegio y
amigos de infancia no entendieron aquello que pasaba ni por que tomaron esa
cruel decisión al alejarlos de muros sin una sola diversión. Nadie se enteró del
acontecimiento por las distancias entre rieles, puentes, estirpes, abolengos y
cunas de madera espinada. En forma hermética aprendieron los niños a guardar con
prudencia silencio, a no quejarse de nefastos sucesos frente a desconocidos y
menos a contradecir a los adultos que en todo se equivocaban. A la ligera y
como desamparados que sufren las inclemencias de los mayores errados, salieron
en busca de primeras aventuras de vida y nuevas almohadas.
El progenitor tomó una medida
muy drástica por buscar amor entre faldas, y prostituidas moderadas, logro vender la casona
en subasta no colectiva enajenada, pero si muy como tormenta rápida. Hambre sintieron los
pequeños sin recursos económicos en sus bolsillos, los adolescentes fueron
testigos de la retirada y del atropello que sobre ellos cometieron en aquella
insólita madrugada. Las mariposas de febrero acompañaron la caminata, los
grillos y cigarras de abril los abrigo con serenatas y los festines de mayo
pasaron sin poder decir nada. Los rústicos baúles de los remiendos construidos
en madera de cedro guardaron para siempre la nostalgia. No hubo lágrimas en la
retirada y no había quien en ese entonces los mirara o se enteraran porque el
rio se volvió revuelto por barros que de los montes bajaban con cenizas vulcanizadas.
Los pisos estaban sólo en
tierra, los murciélagos en las noches los visitaba, hubo canastos retorcidos,
gallinas y pollos que de estiércol regaban, y ruidos de equipos con alto
volumen que era costumbre entre cavernícolas y todos se ufanaban. Los ranchos
de Margarita y Ofelia llenaron de familiaridad el retoño de magia y como
encanto en esa triste retirada. La rosa blanca de la mañana hizo brillar las
ideas y nuevos proyectos improvisados fueron llegando poco a poco hasta vencer
la cruzada y los troncos podridos que estaban tendidos en las caminadas. El
sueño llegó hasta el futuro que no se esperaba y todo cambio de repente sin
chicha y nunca un vaso de limonada. Hoy a todos les produce risa el suceso, no
saben cómo resolvieron esa mala jugada que truncaron los retazos, partieron los
vasos de murano y rompieron las tazas esmaltadas. Les causa añoranza hoy en día
que no volvieron a pisar de nuevo las aguas claras y las arenas calientes del río
de la Magdalena, que con su ciénaga los observaba, siempre los llamaba y
ciertos días allí se bañaban.
Ellos jamás volvieron a ver los
claveles del patio de la casa, ni las rosas de las Montoya, menos aquellas
butacas de la mujer negra que se tiraba pedos en la sala y desde allá se
escuchaban, con nalgas tan grandes que asustaban a los Jiménez y a los Torres
les gustaban, las damas que se creían de mejor estirpe siempre se espantaban llamando
a la autoridad para ver si la calmaban o linchaban, cuando llegaba la policía
la pedorra a ellos los entretenía y los encerraba. Los vecinos sólo reían del
acontecimiento a carcajadas, una gran mayoría era gente enchamicada y tenían
por costumbre el chisme y las risotadas, eran vagos, haraganes y ni cocinar
experimentaban. Las flores con sus cayenos y los retoños florecidos de guayabos
y limones quedaron como chamizos sin su fragancia acostumbrada porque los
valientes chicos ya nunca más las regaban. Los aromas de la primavera se
estancaron como fuerte verano de asonada, las hortensias se marchitaron junto a
geranios y lirios que allí se apostaban.
Uno por uno de los parientes y
conocidos se fue escondiendo en la pésima jornada, así como cerraban sus puertas,
también las cortinas y sus ventanas que no se almidonaban. Los más cercanos que
decían estimarlos se hicieron los de la gota gorda amargada, amarraron con
lazos gruesos la conexión en la franja y ninguno de esos no quisieron
solucionar nada. Todo fue una gran marranada y los más civilizados parecidos a
una fiesta novillada con carne de la más barata y chicharrón en grasa pasada. Los
protagonistas eran adolescentes sin experiencia de la vida y salieron de la
casa sin utensilios y sin cobija alargada. No hubo ayuda para sembrar de nuevo la
palmera frente a la puerta principal o para mirar por encima de la tapia de los
Díaz que entre otras cosas también se comieron solos el tamal sin picotada.
Jamás volvieron a escuchar los
golpes en el techo que eran producidos por las piedras que lanzaban los Vanegas
sobre el tejado, o los trozos de madera que los Gómez tiraban desde esos
grandes muros que los acomplejaba. Lejos de la comarca todos recordaban la
llegada del lechero, del vendedor de fruta cerca al cartero que siempre
esperaba o de esos que gritaban en las calles que había dulces en venta,
paletas, helados y cocadas. Los árboles de matarratón ya no fueron testigos del
fuerte sol sobre la pradera encantada y el olor a petróleo quedo en las casas
de los obreros que se sentían duendes alquimistas, magos de mediopelo o brujas
encantadas. Los varones ancianos se trepaban sobre las tapias de los muros para
amancebar a las vecinas que después del pago se quejaban y algunas afirmaban
que su buena fe fue asaltada, pero era todo mentira porque de los troncos de
los viejos todas lo disfrutaban y de esos toques manos varias quedaron
embarazadas.
Cajas y maletines viejos
estaban al lado de las pocas pertenencias que les dejaron en la retirada con
pedazos de alfombras que ni figuras se les notaba, pero los hicieron chatarra
para empezar de nuevo con un baúl de madera refinada, quien entrego el dinero
de la venta era tacaño, miserable y oportunista que a todo momento robaba.
El sol diario de la mañana se oscureció por varios meses en esas trasnochadas, luces de rayos fuertes acompañaron la nueva jornada y después de seis meses de
trajinar la charrada se estabilizaron y aunque no llego la calma si la mesada.
Corrieron a refugiarse a casonas pobres y extrañas, a mundos que ni las matas
acostumbraban y en donde no había nevera ni radio, menos colchón y los
pobladores de esos lugares no tenían nociones de eso que era una almohada. Los
baños de la modernidad no existían en la nueva casa, acurrucándose para el
servicio y la regadera era antaña, de cobre oxidado y destartalada.
La totuma que se usaba como
taza para tomar guarapo, esa fue regalada por los fanáticos de la doña que
hablaban de generosinada, y el mismo recipiente hizo de ángel guardián en la
historia narrada y machacada porque algunos comentaban que el mismo recipiente
lo usaban para las orinadas. Tortas de amor hechas de harina con chicharrón era
uno de los comestibles que siempre sobraba y el agua de panela caliente nunca
faltaba como muchas veces se convertía en bebida helada que hacía vomitar a los
mancebos cuando uno de ellos trotaba. Así llenaron el estómago los pequeños
aventureros que cambiaron la rutina entre la lucha y la nostalgia y sin carne
asada.
El paisa que vendía los chicles
y dulces quería llenar de placer su propia aventura desenfrenada y hacia
propuestas lidiosas al más bello entre leones y tigres que ya ofrecían sus
encantos entre escondites y chamizadas detrás del colegio o cerca de las
canchas avanzadas, pero se impuso la fragancia con la templanza porque el lindo
muchacho no se prestó para esa mal jugada. Hubo pureza y brillo de encanto en
el suelo de los matorrales sobre la pequeña quebrada y allí empezó a conocer
como el interés llega primero a la solidaridad estiercolada. Habían miradas que
seducían los hermosos cuerpos atléticos que crecían libremente sin disciplina
enajenada, hasta las chicas inmigrantes cuando iban a la quebrada los tocaban,
así se volvieron esquivos y guardaron distancia de cabras, ovejas, yeguas y
mulas ensortijadas.
La campana del Colegio sonaba
muy triste cada día sin sus viejos alumnos y algunos de sus anteriores
contertulios daban la noticia que algo y a alguien extrañaban. El joven
ruiseñor dejó de cantar en la ventana añorada y la mejor silueta se había
retirado de juegos y de la planada. El profesor regañón con rostro de monstruo
se sentía el dueño de la ciencia y de la estaca, se quedó sin el mejor alumno
que paso a otra estancia y desde el otro extremo le reclamaba porque ese rufián
maestro a las profesoras hermosas enamoraba. Hubo varias profesoras que abusaba
del clima, sus calzones mostraban y para seducir a los pupilos de 15 a veces se
los quitaban. Las madres de familia que eran puritanas con voces y panfletos
hicieron la revolución lanzando al viento la protesta y denunciando que las
letras estaban pervirtiendo a sus hijos y que el colegio era una tentación. Los
progenitores masculinos no se solidarizaron, simplemente dijeron que sus
esposas estaban exagerando y que ellos creían que las educadoras tenían
excelente mando.
Venas y arterias se
confundieron y se hicieron débiles en esa retirada, bajaron su energía con
fiebre incorporada que causó revuelo dentro de aulas que estaban iluminadas.
Los alimentos escasearon por varios meses sin quien los trabajara, las vacas
dejaron de parir porque una fuerte sequía las asesinaba y empezaron los toros
desde entonces a no querer montar a las hembras y se veían solitarios cuando
antes se vieron en manadas. Los niños iban en busca de comida a una estación ferroviaria
donde todo lo pagaban y era tan difícil el transporte que los trenes casi nunca
llegaban. Los platos que servían no cambiaban de color y el sabor no tenía buen
gusto y las carnes no tenían sazón.
La pobreza de los obreros con largas
jornadas llenaba de confusión la historia, la geografía, la química, la física y
las leyendas entre cortadas. El despiste de lo inesperado era música como
serenata encantada y se veían a enamorados con tríos que no sabían nada, aunque
cargaban guitarras y maracas, pero nada de nada. Hubo noticias fanfarronas con
mediocres locutores en las escalinatas, esas crearon nuevas ilusiones en las
mentes doradas, pero cuando se les interrogaba ellos nada sabían y simplemente
decían que fue una anonimada. Nunca los niños perdieron el abolengo de su raza
y permanecieron erguidos como tenaza, coraza y lanza. La hipocresía de la gente
era normal como la misma cerveza, todos iban a misa imitando a santurrones y
varias damas buscaban al cura y muchas veces el pervertido se aprovechaba se
veía sin camisa y con prisa.
La sangre real de los cuentos
llenó el vacío en los desvelos y llegaron nuevas risotadas que se hicieron
burla entre los payasos que en las calles caminaban como si fueran bagazo.
Había claveles rojos, blancos, grises y morados por toda parte donde esos irripios
paseaban, pero por miedo al dengue y a la fiebre amarilla nunca los regaban y
jamás los cortaban. Algunas de esas flores llenaron de belleza el paisaje en la
misma ramada y como arte de magia en una hermosa madrugada llego una excelente
propuesta que no lesiono la mermelada y que sirvió para cambiar el destino porque
donde ellos estaban no ofrecían nada. Llegaron manzanas del norte y del sur
arribaron duraznos, del oriente aparecieron árabes que con cuentos chinos
estafaban, luego se presentaron varones que se sentían orgullosos porque
afirmaban ser originarios de una nación llamada Turquía y se envalentonaban,
empezaron ofreciendo mejores intereses a quien dinero prestara, una vez
recogieron sumas elevadas y morrocotas de oro, todos desaparecieron pero
dejaron hijos y varias preñadas como retoño de ratoncito en varias muchachas los
bebes se quedaron sin apellido y los picaros disque se creían banqueros y nunca
devolvieron el dinero de la recogida y oh, que mamada. La policía siempre
opinaba y sus miembros se sentían muy inteligente y esa era otra mentira, ni
siquiera sabían en que continente estaba ubicado el país y de donde la gentuza procedía
desbaratada.
Llegaron las vacaciones y el
mayor tomó una fuerte e incómoda decisión que lo hizo florecer como líder de la
comarca y águila que volaba. Debo abandonar esta urbe –dijo- y salió rumbo en
busca de solidaridad a una ciudad frontera, aunque allí no con gusto lo
esperaban. Un bus viejo y raído lo llevó al final del túnel que se iluminó al
llegar a su destino y al ver la población hospitalaria y generosa que abría sus
puertas a desconocidos como si fueran de la parentada, se sintió muy feliz, aunque no se quedó allí si unas pocas semanas. Él hubiera querido que sus
hermanos menores lo acompañaran, pero fue imposible motivar a los otros a
continuar bajo un solo rumbo siguiendo los mismos pasos unidos como roca
acrisolada. Fue rápida la acción del viaje y no hubo tiempo para pensar en
lágrimas ni en eso que la gente comía con lechona incorporada. El mozuelo fue
bien recibido por una diosa llamada la gata, de labios rojo carmesí y colorete escarlata.
La dama cambiaba de semblante cada vez que se disgustaba y al marido lo sacaba
corriendo y no lo dejaba pronunciar una palabra ni risotadas.
El esposo también aportó al
visitante con sus juegos y bromas que llegaban hasta la pista de los burdeles
que se veían con casas encantadas de luces multicolores y hermosas mujeres que
a la distancia se observaban. Las calles de la nueva ciudad estaban mal
pavimentadas y escaseaban los faroles en las esquinas y algunas avenidas
parecían en ruina, daban nostalgia y sin una fragancia. La luz de la vida y de
cada estirpe estuvo lejos de los rincones en los negocios que se contemplaban
al lado del malecón o de la zona comercial en donde todo se vendía, también se
alquilaba o se compraba. Los cuerpos vivientes de la otra frontera que venían
del oriente, del centro y de la capital, ofrecían dinero en efectivo para
complacer el secreto nupcial y los criollos citadinos les encantaba el dinero y
eran muy complacientes disfrutando a la carta aun en los potreros.
Una tarde se estacionó la
primera motocicleta con alto cilindraje en la puerta principal del huésped en esa
navidad hospitalaria de la recreación juvenil y la velocidad hizo de maestra a
quien aún no se enamoraba. El viajero se subió con fuerza de lobo experimentado
sin saber que empezaba una nueva jornada y extrayendo secretos prestados, pero
con intención de profundizar el mundo desconocido, nuevas aventuras en la
confianza se dejaron llevar hasta los centros comerciales y autopistas que ya
se veían iluminadas. Ese vehículo hizo su agosto bien equilibrado dentro de la
exploración como antesala a quien complace la nada con vientos del otrora
amanecer que aun vibraban con fuerza sobre la pista y la misma piel que se
acariciaba.
El pequeño vehículo frente a la
ventana sorprendió a los parientes que estaban aterrados de la facilidad, de
cómo aparecían y llegaban amigos como por encanto de magos y alquimistas que se
unen sin la mejor jugada. El hacer amigos sin muros tenía sus ventajas, pero él
sabía que todo es un riesgo, que no es fácil conocer el corazón ni la intención
de quien propone una nueva fiesta dorada, aunque hay confianza cuando el deseo
está cerca a la honestidad con transparencia de luces y colores hacia el
infinito que se pierden sin acelerar la moto prestada. Simplemente el pasajero cada
vez que salía como visitante, alzaba su mano derecha para despedirse sin
importar los comentarios de cada mirada o la izquierda dependiendo quien estaba
cerca de las casas en la bajada. No era precisamente una hermosa princesa quien
lo transportaba, pero si estaba seguro de que las mejores rosas están a veces
en los caminos intransitables o en esos parajes donde la brisa calma la
tempestad añorada.
Su figura de hermoso león de
fuego lo hacía parecerse a esos de los cuentos de hadas, tenía la certeza que
las escenas serian maravillosas y de hecho llegaban como refrescantes en medio
de altas temperaturas y aparecían las figuras que nadie las invitaba. El drama
de los intrépidos se repitió por horas cada atardecer durante varios meses, la
oscuridad de la quinta y de la sexta, hacían que los besos llenaran el vacío
con más hechos de éxtasis entre cristales de azahar y baldosas encantadas que
como el mármol lucían en las largas temporadas. No era fácil aceptar que la
gente era maleducada y que el estudio no era la nota asegurada en cambio era
muy importante el comercio y las charlataneadas, todos se creían príncipes
rubios y princesas encantadas, pero no había mandarinas frescas ni mangos
amarillados.
Caricias, besos, abrazos y
suaves mordiscos sin lesionar la piel era la danza en ciertas madrugadas y a
veces no se ilusionaba porque estaba cerca un cementerio que las calaveras
mostraba y huesos fuera de las tumbas que le hacía recordar que la vida pasa
rápido y que no nos llevamos nada. La brisa de los Alisios refrescaba la
aventura como una telenovela escriturada de esas que hacen y presentan muchas
tontadas haciendo perder el tiempo aun a los aguilones que se comían las crías
conejadas. La altura de quien conducía estaba por encima de la carretera y del
canal que de la Avenida de la Indisciplina los llevaba al Zulia y al Río de la
mudanza, también tejieron hermosas historias que hoy están a distancia y de vez
en cuando cruzaban la línea a otras autopistas que estaban arrasadas por rifles
ilegales y que a todos mataban, atravesando la frontera sin permiso del
gobierno vecino que nada le importaba y funcionarios que no revisaban las
maletas y que a nadie carnetizaba.
Aquel diciembre fue de resplandor y ensueño en toda la comarca, en cada
casa se veían arbolitos artificiales con bolas cristalinas que atraían magias
encantadas. El contacto con otros amigos
que también estaban al final de la adolescencia, los vinos traídos de Portugal,
Inglaterra y Francia hicieron llenar de fantasías los días, tardes, noches y
hasta las mismas carcajadas en esos amaneceres que aun hacen vibrar la membrana
acrisolada como el oro en fuertes kilates y filamentos de plata. Todo era como un
sueño entre la realidad, fantasía y esperanza que no se apagada. Sobre la
calzada en la misma vía quedaron las sillas fabricadas en mimbre, madera y
aluminio, junto a canciones que recorrían otras leyendas y las misma arroparon
parajes desconocidos añorados por los sauces de esos inviernos encantados y
fríos. El beso de ese primer amor de enamorado en la madrugada tuvo su precio y
no pudo olvidar porque se quería repetir cada instante o pedirlo sin ganas de
nada, la cocina de Rosa aun guarda hoy el mejor de los recuerdos que hace
añoranza sin querer regresar al pasado porque ciertas ilusiones es mejor no atraerlas sino vivirlas aunque
cueste no aprender nada.
El mayor de los invitados se
hizo el de las gafas recortadas y uso su propia picardía para disimular que
todo lo observaba, a él también lo llenaron de besos y caricias y fue
precisamente la mejor de las miradas que se veían dentro del recinto y que
todos querían tocar como manzana endulzada. El cuerpo despertó su apetito y el lívido
dormido en el indefenso combate, entre la fuerza de luz y la debilidad de la
cornada hizo fantasioso el circo y todos se fueron sin el rústico aguacate. La
música llegó de México, su intérprete estaba a la moda, movía su esqueleto como
diosa encantada y se hacía caramelo cuando de tarima y aplausos se trataba,
aunque no tenía belleza fina ni curvas encantadas. La rareza del artista en
cada movimiento hacía dudar de la tradicional costumbre engalanada en donde el
macho es macho y la mujer con falda sigue acurrucada hacia la quebrada. El
chisme se hizo moda y los coros de habladurías se parecían a las cotorras de
esas que le roban a la selva mágica y que venden bajo el látigo negro en donde
todo se maltrata.
La plaza de mercado ofrecía la
mejor de las mesas baratas con su variada comida casera culinaria con exceso y
colestorada que subía la presión arterial y a corazones ancianos destrozaba. Cada
tarde sobre las esquinas de las amplias avenidas y como algo agachadas, estaban
ciertas mujeres con ollas improvisadas, ofrecían fritanga de cerdo, res, cabro
y papas enchaquetadas, varios carritos con valineras que vendían chicha,
masato, café con leche, guarapo o limonada. Seguramente el baile que con cada esfuerzo
rodaba llevaba la grasa animal lejos del cuerpo de quienes compraban y
saboreaban, por esas cañerías que atravesaban los pisos y se dirigían a las
quebradas, y cuando estas se descomponían las calles parecían cloacas, los
pobladores se vomitaban y las diarreas en los niños aún no se acostumbraban.
Al caer el sol y entrada la
noche al lugar todos con hambre llegaban a saborear la comida criolla, tamal,
chocolate caliente y yuca sancochada. Tomaban jugos sin control de los grupos
de higiene, se hacían los tontos para no pagar los impuestos y como
contradicción los mismos exigían excelentes farolas públicas y las calles
pavimentadas. Los pobladores en masa llenaban de alegría la vida con charlas
embrujadas, hablando de duendes, diablos embrujos y la juventud nunca era galardonada.
Algunos comían el plato de gallina criolla o el famoso pescuezo relleno de esos
que nunca faltan en las verbenas azuladas y azufradas, varios se perdían en
parejas en ciertos matorrales en las madrugadas, ciertos aparecían caminando
raro y algunas embarazadas. Como siempre quienes no tenían dinero no saboreaban
nada y los más rezanderos siempre algo robaban.
Cada día sumaban en pandillas los
mejores cuentos de la época que se imaginaban o inventaban, pero eran tan
mediocres que ni exagerando la risa llegaba. Hoy ellos no se arrepienten y
dicen que no tienen memoria de hechos que pasaban, que sólo recuerdan sucesos
honestos que han practicado sin profesor y sin avena colada. El néctar de besos
adolescentes con naranjas peladas los hacia creerse con sangre de guerreros y
mancebos de casta parada. Las rifas y los espectáculos eran parte del cuento de
la estafa y si alguien ganaba el premio a éste jamás le llegaba. Los protagonistas
aprendieron de cosméticos costosos y perfumes que la propaganda afirmaba que
eran del extranjero, era una mentira porque el mismo Don Adolfo envasaba,
mezclando ciertos alcoholes y esencias inventadas de hojas de yerbabuena, anís
y jugos de las raíces dormideras y de gigantes enramadas.
Los fines de semana los más
elegantes visitaban organizados prostíbulos existentes donde la chusma
deleitaba y sobre letreros con luces de neones a todos los invitaba, cada lunes
en coro decían que nada recordaban y buscaban préstamos con empeños de cachivaches
para desayunar o para pagar el pasaje del bus en forma descarada. Los más
vivarachos en cajas, maletines o maletas revendían ciertos productos que a
cuotas semanales en silencio y fino tacto todos compraban y se apuntaban. Uno y
otro muñeco también adquiría lociones y cremas que eran para las muñecas
casadas y todos usaban billetes o dinero extranjero que bajaba de polvos
alcalinos y se sentían emperadores comprando objetos y cosas robadas. El valor
y cada ganancia servían de acicate para muchas emociones o lucir ropa fina con
viajes al exterior llevando en sus cuerpos mercancías a otras fronteras ya
idiotizadas. El billullo hizo fiesta en los bolsillos de las camisas, muchas
veces en los pantalones que en las tardes se caían dando como resultado
desconocidas desviaciones y moviendo el esqueleto como putas baratas en los
rincones.
Se inventaron muchos viajes y recorridos a
varios municipios de la estancia. Al lado de las ventas, se llevaba ropa de
baratija y era revendida en las calles como subasta. Calzones, sostenes y
faldas de niñas y de damas se ofrecían en cada pueblo y se mostraban con trucos
aprendidos de los comerciantes. Las manos y las voces eran rápidas como las
gacelas de occidente y se improvisaron altavoces para llamar a quien invertía y
llegaban a comprar hasta de la Porfía. El águila estuvo celosa porque hubo
competencia y ganas, la contraparte era vanidosa, pero se acostaba con
cualquiera sólo que debía tener dinero que abonaba el galante al instante.
Algunas chicas también se
beneficiaron de los músculos, uno que otro campesino gozó con el producto que,
sin mostrarlo en vitrinas, complacía con excelente resultado. También brilló la
inexperiencia en las incógnitas reservadas y no siempre se complacía a quienes
exigían otras carimbadas. Los buses de la época eran tan lentos que los brazos
de los chicos como pájaros estaban siempre por fuera de las ventanillas cerca a
los grillos, agarrando las ramas de las plantas al lado de las carreteras que
allí colgaban, parecían caminos para mulas o burros por donde los vehículos
pasaban, los alcaldes de esos pueblos se las ingeniaban para hacerlas aparecer
en la gobernación como pavimentadas y todos los funcionarios desde entonces el
erario se robaban.
Una tarde en el pueblo vecino
de la otra nación, apareció un amigo pariente de la familia del jovenzuelo e
invitó al protagonista a cambiar de ciudad y le mostro una oportunidad para
viajar a una famosa urbe que se llamaba Centro. Allí se movió, olvidó los
amores fronterizos, llegaron otros entre libros y exquisita mesa que cambiaron
la rutina y los músculos tomaron más fuerza. Había distancia entre el lugar y
el nuevo colegio, todo se solucionaba porque las células innovadoras siempre
ayudaban y no hubo problema que no se desintegrara. La camioneta negra Chevrolet
estaba segura al llegar diariamente recogiendo al muchacho y al mejor
estudiante. Se hizo rutina en la educación que los jóvenes siempre tenían
ayudante. El joven de raza africana y de apellido Ángulo era el más cercano a
la mirada del ahora con mansión y se acercó demasiado y juntos compusieron una
nueva canción, como siempre en toda fiesta llego una joven de nombre Miriam que
se quiso pasar de lista y sedujo al mozuelo recostándolo contra la pared y
mostrando sus pechos y retirando la blusa, éste algo asustado la rechazo y las
tomas eléctricas de la pared los electrocuto al instante. Al llegar la policía
al inmueble sólo dijo a la autoridad que fue un accidente por acercarse demasiado
a los cables y el no saber que su cuerpo era conductor de la chispa.
El calor fuerte de la tarde lo
dejó sin complacencia a varias propuestas que le hicieron debajo de los árboles
de matarratón o en los matorrales que de la casa conducía a la quebrada. Todo
se convirtió en un hermoso idilio para el mozo que deslumbraba. El baile, las
ventas y el vino se transformaron en convento. Cada día en la madrugada era
feliz llegando al recinto sagrado, para ayudar dentro de cultos divinos. El pariente
Gonzalo fue uno de los santos varones que el joven admiro, fue tan pulcro y
recto este ilustrado que de él aprendió a profundizar en investigaciones
científicas y sobre cosmología, además de razonamiento abstracto, lingüística,
filosofía y teología. Hoy recuerda el señorito que ya ha envejecido, que hay
notas en el pasado que hacen la vida maravillosa y de esas salen enseñanzas que
no a todos les toca.
Su fuerza de aventurero estaba
por encima de organizaciones citadinas y nunca creyó en los rufianes que se
aprovechaban de incautos e ilusos con títulos mentirosos y con doctores sin cartón
que se aprovechan de ocasiones y estafan al más inocente, pero a esos malandros
también le llega a su casa la bendita cobranza, desconfiando aun de profesores
que se creían de mejor familia y esos no sabían ni leer el párrafo de Don Miguel
de Cervantes Saavedra. El año se pasó volando como águila de nido especial,
cuando se dieron cuenta llego una nueva navidad y estas se repitieron y vio el
reloj del tiempo y hubo comprendido que había pasado hacia varios años la etapa
de su pubertad. Al llegar la otra navidad estaba de nuevo fuera de la casa
paterna y cada día se alejaba de ser adolescente. El corajudo infante pensó
irse para una urbe más grande, llego de la capital un pariente lejano que tenía
lista la mansión a donde con emoción viajo sin contratiempo y como amapolas radiantes
tres tías abuelas lo recibieron. Todo estuvo listo y las notas del nuevo colegio
fueron sobresalientes y no hubo reclamos ni obstáculos para seguir cada avance.
Quiso conocer la región viviendo
en un mejor sector de la gigante ciudad, el consejero quedó feliz del muchacho
y le aconsejó ir primero a una ciudad más pequeña antes de mudarse a la gigante
plaza donde estaría muy cerca a las oficinas de la Alcaldía. Oscar llegó como
amigo desprevenido en la urbe capitalina y montaron una pequeña orquesta que
recreo muchas fiestas y a los tristes divirtió. Los integrantes del grupo artístico
empezaron a ver la vida diferente, él compro un lavadero de carros y la cafetería
de la 65. Hoy es rutina la experiencia y siempre se presentan hermosos hechos en
cada jugada. Si se repitiera la circunstancia detendría el sol de la raza y volvería
a los 15 o también a los 16 donde había hermosas rosas, lindos y abundantes
claveles. El no cambiaría el lujo de lo moderno por la risa suave del otrora
tiempo y la dicha que produce la memoria del regreso, aunque aterriza los pies
y sabe que no se puede devolver la comedia cuando ya están presentes las
arrugas. Cada camino es un recuerdo y cada hecho llena de placer la nostalgia,
pero hay una fuerza muy grande que hecha tierra a ese pasado que como una ilusión
pasa y aunque hay recuerdos maravillosos, lo mejor es escribirlos para que
otros encuentren el camino para mejorar el hoy como el futuro.
Hoy todos los protagonistas siguen
vivos o muertos en la jornada, debemos concretar que los de ayer muchos están
muertos, distantes o desaparecidos, quienes viven ya no recuerdan nada de los
viejos amigos porque nacimos en la época donde todo es interés, construimos con
errores un mundo al revés donde ya no hay lealtad y menos fidelidad, se
despedazo la confianza y la solidaridad y en este mundo de contrataste este es
un mundo de mujeres y varones desagradecidos. Unos cruzaron el mar a mucha
distancia y se hicieron ciudadanos en otras naciones, una gran mayoría de
amigos de ellos nunca se sabe nada y aunque las redes logran encontrar gente
del pasado ya hacen parte de las mañas que se han incrustado.
Es la vida, es el suelo, es la
sociedad, es el instante, el dinero y la modernidad destruyeron los sueños, hoy
no podemos confiar ni siquiera en sacerdotes o abogados porque son iguales a ladrones
o a delincuentes esfumados, algunos son raponeros y todos están equivocados. Es
el canto de alguien nuevo que escucha la melodía sin esperar la fragancia y es
la música que llevamos dentro y no hay con quien bailarla. Esto sí es cierto
que jamás regresará la adolescencia ni la juventud y cada cual debe construir
solo sus sueños y no poner atención a los muros que construyen envidiosos,
mezquinos, egoístas o miserables porque nacemos solos y solos sin nada nos
vamos.
Eso es lo de menos dicen
quienes tratan de vivir felices y libres como el viento, debemos poner melodía y
risa, aunque no nos escuchen los mirlos ni las águilas de la comarca. Lo más irónico
es haber estado todos en un mismo suelo con dicha, en interrogante y casa. Hoy aunque
es algo triste cada cual esta solitario dentro de su propia casa y con muros
que se diseñaron para bloquear la cercanía, los más listos deben tejer
herramientas para encontrar su plena felicidad, retirando la maldad, buscando
siempre sonriente la dicha y nunca aparecer como si fuera el primero hasta
lograr la paz con sosiego.