Asesinato en la calle 14 (Por Leomas):
Eran las 12.00 de la noche
cuando empezó en la ciudad capital la balacera. Un grupo de hombres armados con
ametralladoras, rifles, pistolas, revólveres, escopetas, pasamontañas y ropa ligera
dirigió la matanza, algunos tenían panza, ciertos ajustado el pantalón, varios
no corrían si no que marchaban, todos caminaban erguidos y el jefe que los
comandaba estaba algo barrigón. Los transeúntes que eran búhos nocturnos se
enteraron, otros el trabajo los obligaba a trasnochar y los vieron, decenas de
hombres de la vida alegre, quedaron asustados y anonadados, la sangre sobre el pavimento
y la calle asfaltada dejo un mapa de discriminación y vergüenza en la jornada,
hubo llanto y gritos de espanto, se escucharon campanas moribundas y se
escondieron las vagabundas que no pagaban impuesto y algunas tabernas cerraron
sus puertas y dentro hubo conmoción.
Cayeron inertes inicialmente se
contaron 7 mujeres embarazadas y 5 jóvenes en la cancha, 30 varones cerca a la
estación del tren, 20 vedetes en la acera de prostíbulos y antros del centro,
15 travestis sobre la gigante autopista y 25 jóvenes de ambos sexos, todos de
distintas edades murieron al llegar al hospital al instante al igual que las lechuzas
eran excelentes caminantes. El fotógrafo de un periódico madrugador reconoció a
tres de los cuerpos baleados y dijo a los periodistas que él estaba algo cerca
pero que nunca reconoció a los maleantes que estaban enmascarados y que a los
15 minutos se alejó de la escena para no comprometer la vida de su amante. La
prensa distribuyó la noticia escasamente sobre la mezquina danza y guardaron
silencio sin mencionar desde ese primer día a los responsables y usando la
prudencia dejaron pasar a los culpables.
Los políticos se reunieron para
asumir el control en la oficina de asuntos internos de quienes impartían
justicia, pero lo hicieron con precaución y sin dar un concepto favorable o en
contra a la distancia. El Alcalde bajó la cabeza como gacela herida, no quiso
opinar porque él trato de insinuar que esas muertes no le importaban y nada valen.
Mientras el juez interrogaba a los testigos del incidente un teniente en el
sitio gritó con hipocresía y en forma desesperada esa es una huevonada, no
debemos pensar y no es positivo opinar porque en el planeta hay ocasiones
iguales. Las autoridades concluyeron que eran fuerzas extrañas, que no eran
adivinos ni videntes pero que incrementarían la fuerza policial. La gente del
pueblo decía: "Todos son sicarios de esta misma comarca, se veían bien
entrenados y disparaban sinigual". Algunos casi en silencio y con sigilo
gritaban en voz baja y a escondidas: "A esos los llaman mano negra,
ninguno tiene buen aroma o fragancia, unos huelen a nicotina, otros a
marihuana, se les nota que fuman hierva prohibida y una gran mayoría de ellos
expelen olores a botas mundanas".
Las funerarias abrieron felices
ventanas y puertas y la propiedad del despido elevo los mortuorios, aumentaron
los velatorios, subieron la tarifa económica con exceso en el cobro, los gastos
sin piedad tocaron todos los bolsillos y varios dolientes quedaron más pobres
por la estafa en cada entierro. Los familiares vendieron aun hasta vacas,
cabras y ovejas y algunos empeñaron alejas para cubrir la fiesta enlutada que
se hizo cada vez más negra ofreciendo a cada participante bebidas amargas y
añejas. La primera autoridad aumentó con farsa sus recibos y guardo para él
tres veces el valor de lo invertido. Gente de varios lugares llegaron al mismo
entierro hubo miles de comentarios y los chismes también arribaron. Todos en
caravana rumbo a los cementerios desfilaron como en destierro y los donjuanes
aprovecharon para enamorar a las viudas. Rosas de varios colores, azucenas del
cultivo de Don Olivo y frescos claveles sin gracia adornaron el luto e hicieron
gala presente con traumas, congojas, lágrimas, moralejas y trampas.
La multitud consternada oraba
con rezos y alabanzas, también contaban chistes y se oyeron risotadas como si
las fiestas de los carnavales se hubieran adelantado, hasta los vivarachos
aprovecharon el episodio para vender cachivaches y ofrecer en venta cosas
viejas. El cura del pueblo gemía demostrando templanza y se hacía con la cara
triste, aunque no derramo una lagrima, éste creía que sus rezos y alabanzas los
iba a librar de cada pecado que tenían los muertos y los crueles asesinos. Los más
listos del pueblo sabían quienes habían disparado, pero guardaron silencio
porque eran funcionarios y recibían cada mes un cheque grande del erario y de
otros negocios que hacían cuando no estaban en turno asolapados. Los pobladores rurales y
algunos campesinos para no meterse en líos se fueron a sus arados, miraron a
otro lado evitando que la metralla también le ajustara las cuentas o le
destruyeran sus propios hígados. Los estudiantes miraban los cuerpos y estaban
muy destrozados y ellos ya se imaginaban quienes y desde donde habían apuntado.
La gente de la población denunciaba: "De los muertos conocíamos sus
andanzas, de los vivos asesinos viven cerca de nosotros y son nuestros vecinos, tienen soberbia y arrogancia".
Algunos eran homosexuales, otras aves nocturnas, varios gustaban de la parranda
y también había marihuaneros, muchas mujeres de vida alegre y otras de la
porfiada elegancia, varios trabajadores y murieron otros tontos que en la
madrugada acostumbraban en hacer gimnasia.
En varias noches los culpables
repitieron sus crueles y bajas hazañas, durante tres largos años cayeron
muertos de todos los puntos cardinales, las funerarias se enriquecían, seguían
aumentando la tarifa y cada vez que sonaban las balas sumaban más el número de caídos. En las paredes
del citadino centro los valientes muchachos a escondidas escribían los nombres
del grupo que asesinaba cada partida, aparecieron nombres de jefes comunales,
algunos de altos mandos y varios de medios mezquinos. No se escaparon ciertos políticos
que hablaban de paz y hasta lideresas mujeres estaban siendo denunciadas en las
paredes que no eran para nada encantadas. La lista de culpables estaba a la
intemperie con algunos grafitis que ilustraban las macabras maniobras y al
otro día rápido alguien borraba, aunque la gente del común lograba leer. Los
asesinos se reían en oficinas y salas de casas, en restaurantes y tabernas que
disimulaban ser de rectas costumbres, siempre un necio o un torpe los delataba
entre los grises, llevando la noticia a los verdaderos autores, el vino de los
señores se mezclaba con panes finos, la danza de la muerte logro mermar a los
habitantes nocturnos y en la noche la urbe era muy parecida a un angosto
cementerio donde todos estaban de duelo, aunque modelaban los pervertidos.
Los pobladores con vergüenza
sintieron temor en las esquinas y los edificios de gente decentes puso rejas
con varillas de hierro y ciertos obstáculos para evitar siempre la matanza. Los
prostíbulos cerraron por prevención sus cantinas, damiselas y cortesanas
se quedaron sin lana y desaparecieron los clientes y a quienes se les caían los
dientes se quedaron sin dentistas. Los celadores en fila se uniformaron como
gorilas, los hombres armados se escondían en los pequeños parques, los
periodistas como de costumbre guardaron con egoísmo la información, se detuvo
la emoción y desaparecieron las risas. Cayeron varios muchachos bajo las balas
de plomo y muchos de alto calibre que sus rifles llegaban del exterior, hubo miles de puñaladas que atravesaron el corazón y algunas lesionaron el riñón
y todos morían en urgencias. Los nombres de varias damas hoy están en la lista
de los tomos de esas que caían en las calles, sobre andenes ensangrentadas
y hasta los perros callejeros muchas veces fueron heridos. Los libros se fueron
llenando de noticias y leyendas de terror, mientras la impunidad reinaba en la
patria sin seriedad y nadie se sintió autoridad para repeler las masacres.
Una noche los perversos,
dejaron un gran vacío y sobre un pavimento cayeron 350 muertos y 1.200 heridos.
Todos hacían vida nocturna trabajando o gozando de francachelas y algunos lentos que caminaban desentendidos, otros que pasaban por el lugar algo desprevenidos.
La algarabía con sus habitantes salió a las calles, los pobladores no aguantaron
más y como si fuera una fiesta la gente empezó a gritar que pararan tanta
matanza. El teléfono del Juez sonó muy en la madrugada mientras este dormía con
una que no era su acostumbrada amada. La voz le dijo con fina pausa: Su hija también
estuvo mal parada y en la madrugada de hoy ha sido asesinada. Los altavoces del
cuartel llamaban al teniente de buena panza para darle la noticia que su hijo
de 18 años falleció en otra de las matanzas. La secretaria llamo por teléfono al
jefe comandante y le explico con urgencia que sus dos hijos también los
alcanzaron las balas y ahora estaban muertos en el suelo porque no hubo ambulancia para acercarlos al hospital.
El Alcalde no se escapó de otra
semejante llamada, éste estaba tomando Whiskey muy de madrugada celebrando el cumpleaños
de su perro guardián que se lo había regalado la concubina del general. Su
esposa le comunicó -nuestra hija fue masacrada-. Ese día antes de salir el sol
un sacerdote llamo al señor obispo para avisarle que dos hijos que nunca
registro como suyos en la notaría también estaban agonizantes y que el medico había
confirmado que seguramente en pocas horas sus cuerpos estarían congelados. Los
asesinos y protagonistas llegaron alegres antes del canto del gallo para pasar parte de victoria a sus jefes en finos caballos, traían la lista en mano de
todos los caídos y debían recibir la paga por disparar con buen tino. Esta vez
las emociones no lograron su fin y todo se salió de control cuando el alcohol y
los tragos confundió a los delincuentes. El grupo enloquecido empezó un nuevo pasquín
y hubo gritos a granel como feria campesina o como si la música de llanto se
hubiera salido de una cantina. Como culebras heridas se hicieron cruces de
dolor y un loco borracho desde otro salón empezó una nueva y cruel balacera.
Hubo mucha confusión porque ráfagas
de metralla y bala de revólveres entre ellos se dispararon, cayeron los
encapuchados psicópatas muertos como cucarachas de plaza o como ratas de
alcantarilla cuando prueban el veneno y hasta los meseros del lugar también cayeron
muertos al suelo. Los sesos de los asesinos quedaron esparcidos sobre el piso como
si fueran tomates podridos y sus cabezas estaban cortadas con heridas de
cuchillo y todos parecían armadillos con corazas ensangrentadas y varios
estaban sin camisa porque a esa hora tomaban. Los muertos seguían cayendo uno a
uno y 3 metros de distancia y el número excedía al de las baldosas que habían
cambiado en la tradicional plaza. Entre los mismos asesinos se mataron a quema
ropa, las pistolas brillaban como regalos con coca y los fusiles estuvieron
protagonizando la muerte entre compañeros de matanzas. La ciudad quedó sin
alcalde sin comandante ni notario, el obispo solicito traslado y nadie
reemplazó al militar. El juzgado cerró sus puertas y el pueblo no volvió a ver
al cura quien más alto cobraba el dinero por las misas y cada funeral.
La -mano negra- se ha ido dijo la radio del lugar y los periódicos escribieron
que en el cruce de disparos murió el general, toda su familia igual los presos
del penal.
Al siguiente día los pobladores fueron testigos del episodio todos se convirtieron en fieras como si las hubieran soltado de jaulas y como chusma enfurecida se convirtió en una turba sin par y con machetes, garrote y piedras, armaron una nueva revuelta. Hubo locura colectiva y muchos desenfrenos, hasta los niños de 10 años se armaron como si fueran policías, de todos los rincones había fuego encendido y se veía humo que salían de las barricadas. El cuartel fue destruido, se derrumbó a golpes y empujones la casa episcopal, la parroquia quedo en llamas como brasas de fogata, también hubo un incendio en la cárcel al igual que en el hospital, se quemó la Alcaldía y las puertas de la justicia, hasta la catedral quedo hechas cenizas. Las paredes del juzgado hoy recuerdan algunas algarabías y el nuevo juez logro poner las fotos que recuerdan eso que empezó en las calles y que termino en los salones desde donde se tejieron las masacres.
Aumentaron los entierros en el
pueblo de los desalmados, pero sin funeraria que también se habían quemado. Los
mismos muertos que eran los reos asesinos los enterraron como desnaturalizados
en el solar de don Heladio, todos quedaron sin registro y nadie se acordó de
sus nombres. Una tumba comunal para el grupo de encapuchados y hasta los libros
de cuentas que eran de la chamuscada alcaldía llenó la tierra y el sembrado
recreando en forma macabra la tristeza de ese fatal final. Todos fueron
culpables incluyendo a los miembros de la prensa, porque permitió la masacre
sin denunciar nunca a los culpables y porque ellos recibían dinero para no
repudiar a quienes ingeniaron la primera masacre.
Hoy la costumbre pasó a otras manos y a otras mentes perversas, pero como nada se oculta a esos les también llegará su cuenta. Y como se dice en nochebuena… -Quien desea vivir feliz debe respetar su propia vida y la misma vida ajena, y no usar autoridad o su pensamiento para resolver los conflictos con violencia sino en paz, aunque algunos sean contrarios a las normas en defensa de la vida y en contra si de la vanidad. Quien busca y planea la muerte en los otros, así estén equivocados, su vida y la de los suyos quedara debajo del arado o entre la misma maleza que dejan los desalmados-. Todos deben saber que el cobro llega en cualquier momento, aunque se debe esperar un excelso juez o una perversa revuelta.
Amar y dejar
vivir no se aprende en la madrugada sino durante toda la vida con excelente testimonio
dorado aun en la retaguardia. Quien a su gente asesina como a puercos del pantano, en un momento de
control la justicia bien aplicada desbarata como estiércol aun a quien
gobierna al marrano y con su propia experiencia altanera le llega la retirada.
Nadie enterrara a quien estuvo equivocado porque pagara su delito sin tumba, sin quien lo recuerde y ni siquiera los cachos de cabrito o de venado que hubiera cazado.
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