domingo, 11 de febrero de 2024

Asesinato 14

Asesinato en la calle 14 (Por Leomas):

 

Eran las 12.00 de la noche cuando empezó en la ciudad capital la balacera. Un grupo de hombres armados con ametralladoras, rifles, pistolas, revólveres, escopetas, pasamontañas y ropa ligera dirigió la matanza, algunos tenían panza, ciertos ajustado el pantalón, varios no corrían si no que marchaban, todos caminaban erguidos y el jefe que los comandaba estaba algo barrigón. Los transeúntes que eran búhos nocturnos se enteraron, otros el trabajo los obligaba a trasnochar y los vieron, decenas de hombres de la vida alegre, quedaron asustados y anonadados, la sangre sobre el pavimento y la calle asfaltada dejo un mapa de discriminación y vergüenza en la jornada, hubo llanto y gritos de espanto, se escucharon campanas moribundas y se escondieron las vagabundas que no pagaban impuesto y algunas tabernas cerraron sus puertas y dentro hubo conmoción.

 

Cayeron inertes inicialmente se contaron 7 mujeres embarazadas y 5 jóvenes en la cancha, 30 varones cerca a la estación del tren, 20 vedetes en la acera de prostíbulos y antros del centro, 15 travestis sobre la gigante autopista y 25 jóvenes de ambos sexos, todos de distintas edades murieron al llegar al hospital al instante al igual que las lechuzas eran excelentes caminantes. El fotógrafo de un periódico madrugador reconoció a tres de los cuerpos baleados y dijo a los periodistas que él estaba algo cerca pero que nunca reconoció a los maleantes que estaban enmascarados y que a los 15 minutos se alejó de la escena para no comprometer la vida de su amante. La prensa distribuyó la noticia escasamente sobre la mezquina danza y guardaron silencio sin mencionar desde ese primer día a los responsables y usando la prudencia dejaron pasar a los culpables.

 

Los políticos se reunieron para asumir el control en la oficina de asuntos internos de quienes impartían justicia, pero lo hicieron con precaución y sin dar un concepto favorable o en contra a la distancia. El Alcalde bajó la cabeza como gacela herida, no quiso opinar porque él trato de insinuar que esas muertes no le importaban y nada valen. Mientras el juez interrogaba a los testigos del incidente un teniente en el sitio gritó con hipocresía y en forma desesperada esa es una huevonada, no debemos pensar y no es positivo opinar porque en el planeta hay ocasiones iguales. Las autoridades concluyeron que eran fuerzas extrañas, que no eran adivinos ni videntes pero que incrementarían la fuerza policial. La gente del pueblo decía: "Todos son sicarios de esta misma comarca, se veían bien entrenados y disparaban sinigual". Algunos casi en silencio y con sigilo gritaban en voz baja y a escondidas: "A esos los llaman mano negra, ninguno tiene buen aroma o fragancia, unos huelen a nicotina, otros a marihuana, se les nota que fuman hierva prohibida y una gran mayoría de ellos expelen olores a botas mundanas".

 

Las funerarias abrieron felices ventanas y puertas y la propiedad del despido elevo los mortuorios, aumentaron los velatorios, subieron la tarifa económica con exceso en el cobro, los gastos sin piedad tocaron todos los bolsillos y varios dolientes quedaron más pobres por la estafa en cada entierro. Los familiares vendieron aun hasta vacas, cabras y ovejas y algunos empeñaron alejas para cubrir la fiesta enlutada que se hizo cada vez más negra ofreciendo a cada participante bebidas amargas y añejas. La primera autoridad aumentó con farsa sus recibos y guardo para él tres veces el valor de lo invertido. Gente de varios lugares llegaron al mismo entierro hubo miles de comentarios y los chismes también arribaron. Todos en caravana rumbo a los cementerios desfilaron como en destierro y los donjuanes aprovecharon para enamorar a las viudas. Rosas de varios colores, azucenas del cultivo de Don Olivo y frescos claveles sin gracia adornaron el luto e hicieron gala presente con traumas, congojas, lágrimas, moralejas y trampas.

 

La multitud consternada oraba con rezos y alabanzas, también contaban chistes y se oyeron risotadas como si las fiestas de los carnavales se hubieran adelantado, hasta los vivarachos aprovecharon el episodio para vender cachivaches y ofrecer en venta cosas viejas. El cura del pueblo gemía demostrando templanza y se hacía con la cara triste, aunque no derramo una lagrima, éste creía que sus rezos y alabanzas los iba a librar de cada pecado que tenían los muertos y los crueles asesinos. Los más listos del pueblo sabían quienes habían disparado, pero guardaron silencio porque eran funcionarios y recibían cada mes un cheque grande del erario y de otros negocios que hacían cuando no estaban en turno asolapados. Los pobladores rurales y algunos campesinos para no meterse en líos se fueron a sus arados, miraron a otro lado evitando que la metralla también le ajustara las cuentas o le destruyeran sus propios hígados. Los estudiantes miraban los cuerpos y estaban muy destrozados y ellos ya se imaginaban quienes y desde donde habían apuntado. La gente de la población denunciaba: "De los muertos conocíamos sus andanzas, de los vivos asesinos viven cerca de nosotros y son nuestros vecinos, tienen soberbia y arrogancia". Algunos eran homosexuales, otras aves nocturnas, varios gustaban de la parranda y también había marihuaneros, muchas mujeres de vida alegre y otras de la porfiada elegancia, varios trabajadores y murieron otros tontos que en la madrugada acostumbraban en hacer gimnasia.

 

En varias noches los culpables repitieron sus crueles y bajas hazañas, durante tres largos años cayeron muertos de todos los puntos cardinales, las funerarias se enriquecían, seguían aumentando la tarifa y cada vez que sonaban las balas sumaban más el número de caídos. En las paredes del citadino centro los valientes muchachos a escondidas escribían los nombres del grupo que asesinaba cada partida, aparecieron nombres de jefes comunales, algunos de altos mandos y varios de medios mezquinos. No se escaparon ciertos políticos que hablaban de paz y hasta lideresas mujeres estaban siendo denunciadas en las paredes que no eran para nada encantadas. La lista de culpables estaba a la intemperie con algunos grafitis que ilustraban las macabras maniobras y al otro día rápido alguien borraba, aunque la gente del común lograba leer. Los asesinos se reían en oficinas y salas de casas, en restaurantes y tabernas que disimulaban ser de rectas costumbres, siempre un necio o un torpe los delataba entre los grises, llevando la noticia a los verdaderos autores, el vino de los señores se mezclaba con panes finos, la danza de la muerte logro mermar a los habitantes nocturnos y en la noche la urbe era muy parecida a un angosto cementerio donde todos estaban de duelo, aunque modelaban los pervertidos.

 

Los pobladores con vergüenza sintieron temor en las esquinas y los edificios de gente decentes puso rejas con varillas de hierro y ciertos obstáculos para evitar siempre la matanza. Los prostíbulos cerraron por prevención sus cantinas, damiselas y cortesanas se quedaron sin lana y desaparecieron los clientes y a quienes se les caían los dientes se quedaron sin dentistas. Los celadores en fila se uniformaron como gorilas, los hombres armados se escondían en los pequeños parques, los periodistas como de costumbre guardaron con egoísmo la información, se detuvo la emoción y desaparecieron las risas. Cayeron varios muchachos bajo las balas de plomo y muchos de alto calibre que sus rifles llegaban del exterior, hubo miles de puñaladas que atravesaron el corazón y algunas lesionaron el riñón y todos morían en urgencias. Los nombres de varias damas hoy están en la lista de los tomos de esas que caían en las calles, sobre andenes ensangrentadas y hasta los perros callejeros muchas veces fueron heridos. Los libros se fueron llenando de noticias y leyendas de terror, mientras la impunidad reinaba en la patria sin seriedad y nadie se sintió autoridad para repeler las masacres.

 

Una noche los perversos, dejaron un gran vacío y sobre un pavimento cayeron 350 muertos y 1.200 heridos. Todos hacían vida nocturna trabajando o gozando de francachelas y algunos lentos que caminaban desentendidos, otros que pasaban por el lugar algo desprevenidos. La algarabía con sus habitantes salió a las calles, los pobladores no aguantaron más y como si fuera una fiesta la gente empezó a gritar que pararan tanta matanza. El teléfono del Juez sonó muy en la madrugada mientras este dormía con una que no era su acostumbrada amada. La voz le dijo con fina pausa: Su hija también estuvo mal parada y en la madrugada de hoy ha sido asesinada. Los altavoces del cuartel llamaban al teniente de buena panza para darle la noticia que su hijo de 18 años falleció en otra de las matanzas. La secretaria llamo por teléfono al jefe comandante y le explico con urgencia que sus dos hijos también los alcanzaron las balas y ahora estaban muertos en el suelo porque no hubo ambulancia para acercarlos al hospital.

 

El Alcalde no se escapó de otra semejante llamada, éste estaba tomando Whiskey muy de madrugada celebrando el cumpleaños de su perro guardián que se lo había regalado la concubina del general. Su esposa le comunicó -nuestra hija fue masacrada-. Ese día antes de salir el sol un sacerdote llamo al señor obispo para avisarle que dos hijos que nunca registro como suyos en la notaría también estaban agonizantes y que el medico había confirmado que seguramente en pocas horas sus cuerpos estarían congelados. Los asesinos y protagonistas llegaron alegres antes del canto del gallo para pasar parte de victoria a sus jefes en finos caballos, traían la lista en mano de todos los caídos y debían recibir la paga por disparar con buen tino. Esta vez las emociones no lograron su fin y todo se salió de control cuando el alcohol y los tragos confundió a los delincuentes. El grupo enloquecido empezó un nuevo pasquín y hubo gritos a granel como feria campesina o como si la música de llanto se hubiera salido de una cantina. Como culebras heridas se hicieron cruces de dolor y un loco borracho desde otro salón empezó una nueva y cruel balacera.  

 

Hubo mucha confusión porque ráfagas de metralla y bala de revólveres entre ellos se dispararon, cayeron los encapuchados psicópatas muertos como cucarachas de plaza o como ratas de alcantarilla cuando prueban el veneno y hasta los meseros del lugar también cayeron muertos al suelo. Los sesos de los asesinos quedaron esparcidos sobre el piso como si fueran tomates podridos y sus cabezas estaban cortadas con heridas de cuchillo y todos parecían armadillos con corazas ensangrentadas y varios estaban sin camisa porque a esa hora tomaban. Los muertos seguían cayendo uno a uno y 3 metros de distancia y el número excedía al de las baldosas que habían cambiado en la tradicional plaza. Entre los mismos asesinos se mataron a quema ropa, las pistolas brillaban como regalos con coca y los fusiles estuvieron protagonizando la muerte entre compañeros de matanzas. La ciudad quedó sin alcalde sin comandante ni notario, el obispo solicito traslado y nadie reemplazó al militar. El juzgado cerró sus puertas y el pueblo no volvió a ver al cura quien más alto cobraba el dinero por las misas y cada funeral. La -mano negra- se ha ido dijo la radio del lugar y los periódicos escribieron que en el cruce de disparos murió el general, toda su familia igual los presos del penal.

 

Al siguiente día los pobladores fueron testigos del episodio todos se convirtieron en fieras como si las hubieran soltado de jaulas y como chusma enfurecida se convirtió en una turba sin par y con machetes, garrote y piedras, armaron una nueva revuelta. Hubo locura colectiva y muchos desenfrenos, hasta los niños de 10 años se armaron como si fueran policías, de todos los rincones había fuego encendido y se veía humo que salían de las barricadas. El cuartel fue destruido, se derrumbó a golpes y empujones la casa episcopal, la parroquia quedo en llamas como brasas de fogata, también hubo un incendio en la cárcel al igual que en el hospital, se quemó la Alcaldía y las puertas de la justicia, hasta la catedral quedo hechas cenizas. Las paredes del juzgado hoy recuerdan algunas algarabías y el nuevo juez logro poner las fotos que recuerdan eso que empezó en las calles y que termino en los salones desde donde se tejieron las masacres. 


Aumentaron los entierros en el pueblo de los desalmados, pero sin funeraria que también se habían quemado. Los mismos muertos que eran los reos asesinos los enterraron como desnaturalizados en el solar de don Heladio, todos quedaron sin registro y nadie se acordó de sus nombres. Una tumba comunal para el grupo de encapuchados y hasta los libros de cuentas que eran de la chamuscada alcaldía llenó la tierra y el sembrado recreando en forma macabra la tristeza de ese fatal final. Todos fueron culpables incluyendo a los miembros de la prensa, porque permitió la masacre sin denunciar nunca a los culpables y porque ellos recibían dinero para no repudiar a quienes ingeniaron la primera masacre.

 

Hoy la costumbre pasó a otras manos y a otras mentes perversas, pero como nada se oculta a esos les también llegará su cuenta. Y como se dice en nochebuena… -Quien desea vivir feliz debe respetar su propia vida y la misma vida ajena, y no usar autoridad o su pensamiento para resolver los conflictos con violencia sino en paz, aunque algunos sean contrarios a las normas en defensa de la vida y en contra si de la vanidad. Quien busca y planea la muerte en los otros, así estén equivocados, su vida y la de los suyos quedara debajo del arado o entre la misma maleza que dejan los desalmados-. Todos deben saber que el cobro llega en cualquier momento, aunque se debe esperar un excelso juez o una perversa revuelta. 


Amar y dejar vivir no se aprende en la madrugada sino durante toda la vida con excelente testimonio dorado aun en la retaguardia. Quien a su gente asesina como a puercos del pantano, en un momento de control la justicia bien aplicada desbarata como estiércol aun a quien gobierna al marrano y con su propia experiencia altanera le llega la retirada. Nadie enterrara a quien estuvo equivocado porque pagara su delito sin tumba, sin quien lo recuerde y ni siquiera los cachos de cabrito o de venado que hubiera cazado.

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