Silencio y Despedida (Por Leomas):
Llegó noviembre y las notas estaban listas para cerrar el
año académico que había pasado tan rápido como gacela perdida. La profesora de Inglés
estaba sentada sobre un escaño que miraba al parque muy cerca a los arbustos
que se apostaron en cada una de las esquinas del paisaje. El muchacho observaba
piernas y cintura de la dama desde uno de los salones en un tercer piso del
viejo edificio que hizo de claustro de aprendizaje. Estaba erguido como asta de
bandera y sabía que debía emprender un nuevo viaje a estudios superiores al
otro lado de la isla. Varias golondrinas danzaban en círculo y se vieron
gaviotas revoloteando el aire del inmueble vecino. Otras aves estuvieron cerca
de la escena recreando metáforas y cuentos, entre rincones y líneas que se
truncan sin orden. Por fin entre lo cotidiano aparecieron lágrimas que no se
veían porque los dos estaban arropados por un muro contradictorio que no dejaba
divisar cada corazón que clamaba amor pero que edades avanzadas truncaban
acercarse y había normas arcaicas que el abrazo a distancia.
El 5 de diciembre se iluminaron las luces del salón
principal como arbolito de navidad y todos leyeron la frase: “Bienvenidos
Nuevos Bachilleres”. Los organizadores estuvieron listos en la noche para dar
el toque final de clausura con canciones, oratorias y poemas que estremecieron
corazones y penas. Los jóvenes en fila india entraron como leyenda para ocupar
las primeras sillas que en forma simétrica se habían instalado por expertos que
desconocieron el rose de los atractivos y miradas. Ella quedó como esfinge
frente a los ojos del enamorado que no sabía cómo empezar un verso para
expresar un amor que llegó desde un febrero hacia dos años de mirada. La
jornada dramatizada terminó silenciosa bajo lágrimas y despedidas. Los dos se
encontraron en la puerta del amplio campanario que llamaba a clases aun en los
días lluviosos y con tormenta que se alejaba del verano.
La maestra lo miró fijamente y quiso felicitarlo por la
etapa que culminaba el hermoso doncello que lucía ojos de azabache y cabello
ensortijado como uno de los dioses inventados por los griegos y que de su
cabellera hasta la brisa se acomplejaba. El joven simplemente sonrió y trato de
decirle con su mirada que la amaba y que estaba dispuesto a quedarse por ella.
Ninguno de los dos dijo nada entre las risas de otros que saludaban para nunca
más encontrarse. Se alejaron con disimulo en medio de tristezas y angustias de
muerte que golpearon los pechos y dejaron recuerdos que atormentan los besos.
20 años tenía el torbellino y ella cargaba con 35 orquídeas en su traje. Los
dos sintieron una helada brisa que bajaba de uno de los montes que rodeaban el
hermoso lugar y hubo escalofrío en los cuerpos vivientes. Algo extraño salió
del centro de la tierra como grito desgarrador que puso a todos con los “pelos
de punta” y asusto hasta al celador.
La vieja doncella corrió hacia una de las puertas del
armatoste que daba a la rectoría de la institución y dejo caer su cartera sobre
secas hojas de sauce. El joven trató de caminar y tropezó con ella muy cerca a
uno de los escalones que bajaba al subterráneo en donde estaban ubicados los
laboratorios de física y química y muchos cachivaches. Guardaron silencio profundo
mientras la luz del extenso pueblo se apagó ofreciendo un espectáculo como
cementerio de pobre y mantel de preso anhelado. Quedaron bajo la sombra de una
oscuridad aterradora y tétrica en minutos. Muy cerca se escucharon gritos,
gemidos y lamentos como si un carnaval de angustia hubiera organizado los
perversos. De nuevo el frio de la noche penetró en los huesos de los asustados
pueblerinos que creían haber vivido toda su vida dentro de una gran ciudad y se
sentían de las mejores familias de alcurnias y abolengos mentirosos de esos que
abundan con vanidad.
A las 8.45 de la noche de nuevo la tierra se desesperó y se
movió creando un fuerte terremoto que lanzo a la pareja directamente sobre las
vitrinas que guardaban los tubos de ensayo, cajas de Petri, químicos y cada uno
de los utensilios que se usan para clamar que se hace ciencia y que se va
adelante. Quedaron abrazados del impacto mientras la esfera terrestre se seguía
agitando como mar de agosto sobre el Océano Pacifico. Ella le dijo al chico al
oído que estaba asustada y que temía que la edificación se les viniera encima.
El la tranquilizó y le hizo saber que su cuerpo estaba intacto. La besó bajo la
sombra oscura que salía de un postigo que miraba a los pisos altos.
A las 9.00 de la noche fueron testigos del peor de los
terremotos que azotaron a los ciudadanos en el último siglo. Las paredes del
inmueble quedaron todas en el suelo y las escaleras se desbarataron como cajas
de naipes jugadas por borrachos en cantina de tablas. El suelo asustó a pinos y
abetos en cada movimiento a los involucionados arrogantes y orgullosos estaban
petrificados. Los dos se olvidaron del suceso y se declararon el amor guardado
sin reparar el quejido de los caprichosos que arriba de sus cabezas lanzaban
gritos y nuevos llantos. Siguieron los besos y muchas caricias cuando los
minutos y horas acrecentaron los muertos. Afuera los gritos continuaron en
forma desgarradora mientras la gigante montaña empezó a moverse tragándose de
paso las casuchas de los campesinos y varios ranchos de madera que se habían
construido como nidos de cucarachas y hormigas.
De nuevo la tierra hizo sentir su poder y lanzó otro fuerte
sismo que hizo salir al rio de su cause lanzando sus aguas sobre la planicie de
los ignorantes. Las casas volaron sobre la autopista y los ladrillos empezaron
a enterrarse como regresando a su origen natural. Fuera y dentro todo se movía
como hoja que lleva el viento y parecía el momento a un montaje publicitario de
los anónimos. A la 1.00 de la mañana del siguiente día aun seguían abrazados
con otros besos. La tierra volvió a temblar y un pedazo de concreto cayó sobre
la cabeza del joven muchacho. El hermoso e intrépido doncello murió en brazos
de ella mientras la luna de los enamorados empezaba a retirarse lejos del
horizonte de los prados que rodeaban por encanto las edificaciones de los
estudiosos.
El agua entró por las rendijas del estrecho espacio que
había servido de escalera durante 50 años. Ella sintió que su cuerpo empezó a
subir y que flotaba sobre la humedad que se hizo ciénaga en un instante.
Lentamente los dos cuerpos salieron abrazados quedando sobre lo que fue la
portería del colegio y en un espacio vacío como en vez de concreto hubiera
vivido allí el barro. Tan fuertes estaban unidos los dos como si un albañil los
hubiera pegado con cemento del olimpo con magia de otros dioses inventados.
Ella se dio cuenta que el amor de su vida no respiraba y que algo había
truncado el idilio que la dejó esperar varios años a su estudiante preferido.
El tanque de gas del laboratorio sirvió de balsa y logró sacarlos a la
superficie. Ella tocó el frio cilindro de metal debajo de su cuerpo y entró en
convulsión bajo la cúspide de soledades escarpadas en el silencio que dejan los
desastres.
La madrugada estuvo tétrica y moribunda. La sombra de la
noche aun fresca aumentó el desespero de quienes habían quedado vivos a la
intemperie y sobre aguas contaminadas que se habían mezclado con las de la
montaña. Las paredes de las edificaciones se convirtieron en polvo y lodo. A lo
lejos se escucharon sirenas y gritos angustiosos de pobladores y visitantes.
Los helicópteros llegaron a las 6.00 de la mañana con hombres armados a bordo y
pequeñas cajas con primeros auxilios y algunos remedios. Allí estaba ella
abrazando a su amado inerte como mellizos en gestación. Lograron soltarla de
los brazos del que ya no era adolescente y la subieron con dificultades a una
improvisada camilla de lona. Su pierna derecha estaba partida en tres partes y
su brazo izquierdo se había quebrado en dos porciones iguales. Se le notó un
pedazo de cristal de vidrio clavado detrás de su espalda como espada. Ella
había perdido parte de su cuero cabelludo y tenía sangre regada por todo su
cuerpo como encajes que dejan las brisas sobre viejos troncos de eucalipto.
A los 7 días de estar hospitalizada regresó del coma
traumático y abrió sus ojos como luz con diamantes robados. Lo primero que hizo
fue preguntar por su amado estudiante. Estaban allí algunos compañeros de
labores y los padres del mancebo que lloraban como nenas cuando extravían sus
muñecas. Querían saber cómo fueron las últimas horas del estudioso que floto
antes de su último viaje. La mujer entró en llanto mientras la madre del chico
le confesó a la educadora que su hijo la amaba desde hacía mucho tiempo. Ella
lo sabía y nunca dijo nada porque siempre creyó que los jóvenes no debían mirar
a las amapolas cuando empiezan a perder su brillo y figura y que ciertas
arrugas deben estar distantes. La maestra narró su amor por el mozo tierno y
perdió la vergüenza lanzando los últimos pétalos al viento con sus libros.
Otros estudiantes entraron con rosas y claveles que hizo resplandecer aun a los
cisnes de murano que estaban allí como adornos en las repisas y en manos de la
vieja doncella lucían como princesa de cuento que aun en recuperación se movía.
El médico de turno habló delante de todos en el acto con
voz sonora como locutor autodidacta… -Mujer está embarazada y debe cuidarse, su
bebe esta de 8 días-. Ella miro por la ventana y vio un nuevo paisaje, las
casas y edificios ya no se veían sobre el suelo, sólo se observaban escombros,
ruinas y sobrantes sobre eso que alguna vez fue una calle. El doctor le dijo de
nuevo… -Esta usted en la ciudad capital-. Lágrimas y congojas llegaron al lado
de alegrías de quienes aprendieron a perder el miedo a raras costumbres de
poetas y locos.
Los meses pasaron al lado de otros que se convirtieron en
años que aumentaron como la distancia. La dama no regresó a las aulas de clases
ni al poblado que continuó con chismes, habladurías y falsas tertulias. Nació
su hijo bello y muy parecido al amor de su vida, como si una perla blanca se
hubiera incrustado dentro de un brillante negro azabache.
Ella bajó la mirada contemplando la figura del niño. -Eres
mi terremoto le dijo-. Hoy la maestra esta pensionada y vive rodeada de libros
y acertijos. El hijo del terremoto es médico allá en la distancia y tiene esposa
y varios hijos. Jamás volvió a enamorarse la dama y se refugió entre poemas y
narraciones de otras galaxias que reemplazaron a su único amor que fue arrebatado
en ese romántico anochecer trágico entre muchos interrogantes. El muchacho aprendiz
fue el único amor que entró en su alma y corazón. Ella recuerda que lo aceptó
aquel día al final de ese temblor de tierra dentro de la tragedia como amor y defensa.
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