jueves, 8 de febrero de 2024

Narra su infancia

Él Narra feliz su infancia (Por Leomas):

 

Todos como el viento quedaron por fuera de la gigante y extensa casa. Sobre la calle la bella mansión cerró sus puertas para siempre a sus inquilinos y salieron expulsados como a intemperie de borrachos sin casta. Cada cual a solas buscó una nueva vivienda en medio de tempestades que hicieron vibrar la maleza junto a un escaso trigo que algunos vendían. Al final de la pubertad de los doncellos su colegio y amigos de infancia no entendieron aquello que pasaba ni por que tomaron esa cruel decisión al alejarlos de muros sin una sola diversión. Nadie se enteró del acontecimiento por las distancias entre rieles, puentes, estirpes, abolengos y cunas de madera espinada. En forma hermética aprendieron los niños a guardar con prudencia silencio, a no quejarse de nefastos sucesos frente a desconocidos y menos a contradecir a los adultos que en todo se equivocaban. A la ligera y como desamparados que sufren las inclemencias de los mayores errados, salieron en busca de primeras aventuras de vida y nuevas almohadas.

 

El progenitor tomó una medida muy drástica por buscar amor entre faldas, y prostituidas moderadas, logro vender la casona en subasta no colectiva enajenada, pero si muy como tormenta rápida. Hambre sintieron los pequeños sin recursos económicos en sus bolsillos, los adolescentes fueron testigos de la retirada y del atropello que sobre ellos cometieron en aquella insólita madrugada. Las mariposas de febrero acompañaron la caminata, los grillos y cigarras de abril los abrigo con serenatas y los festines de mayo pasaron sin poder decir nada. Los rústicos baúles de los remiendos construidos en madera de cedro guardaron para siempre la nostalgia. No hubo lágrimas en la retirada y no había quien en ese entonces los mirara o se enteraran porque el rio se volvió revuelto por barros que de los montes bajaban con cenizas vulcanizadas.

 

Los pisos estaban sólo en tierra, los murciélagos en las noches los visitaba, hubo canastos retorcidos, gallinas y pollos que de estiércol regaban, y ruidos de equipos con alto volumen que era costumbre entre cavernícolas y todos se ufanaban. Los ranchos de Margarita y Ofelia llenaron de familiaridad el retoño de magia y como encanto en esa triste retirada. La rosa blanca de la mañana hizo brillar las ideas y nuevos proyectos improvisados fueron llegando poco a poco hasta vencer la cruzada y los troncos podridos que estaban tendidos en las caminadas. El sueño llegó hasta el futuro que no se esperaba y todo cambio de repente sin chicha y nunca un vaso de limonada. Hoy a todos les produce risa el suceso, no saben cómo resolvieron esa mala jugada que truncaron los retazos, partieron los vasos de murano y rompieron las tazas esmaltadas. Les causa añoranza hoy en día que no volvieron a pisar de nuevo las aguas claras y las arenas calientes del río de la Magdalena, que con su ciénaga los observaba, siempre los llamaba y ciertos días allí se bañaban.

 

Ellos jamás volvieron a ver los claveles del patio de la casa, ni las rosas de las Montoya, menos aquellas butacas de la mujer negra que se tiraba pedos en la sala y desde allá se escuchaban, con nalgas tan grandes que asustaban a los Jiménez y a los Torres les gustaban, las damas que se creían de mejor estirpe siempre se espantaban llamando a la autoridad para ver si la calmaban o linchaban, cuando llegaba la policía la pedorra a ellos los entretenía y los encerraba. Los vecinos sólo reían del acontecimiento a carcajadas, una gran mayoría era gente enchamicada y tenían por costumbre el chisme y las risotadas, eran vagos, haraganes y ni cocinar experimentaban. Las flores con sus cayenos y los retoños florecidos de guayabos y limones quedaron como chamizos sin su fragancia acostumbrada porque los valientes chicos ya nunca más las regaban. Los aromas de la primavera se estancaron como fuerte verano de asonada, las hortensias se marchitaron junto a geranios y lirios que allí se apostaban.

 

Uno por uno de los parientes y conocidos se fue escondiendo en la pésima jornada, así como cerraban sus puertas, también las cortinas y sus ventanas que no se almidonaban. Los más cercanos que decían estimarlos se hicieron los de la gota gorda amargada, amarraron con lazos gruesos la conexión en la franja y ninguno de esos no quisieron solucionar nada. Todo fue una gran marranada y los más civilizados parecidos a una fiesta novillada con carne de la más barata y chicharrón en grasa pasada. Los protagonistas eran adolescentes sin experiencia de la vida y salieron de la casa sin utensilios y sin cobija alargada. No hubo ayuda para sembrar de nuevo la palmera frente a la puerta principal o para mirar por encima de la tapia de los Díaz que entre otras cosas también se comieron solos el tamal sin picotada.

 

Jamás volvieron a escuchar los golpes en el techo que eran producidos por las piedras que lanzaban los Vanegas sobre el tejado, o los trozos de madera que los Gómez tiraban desde esos grandes muros que los acomplejaba. Lejos de la comarca todos recordaban la llegada del lechero, del vendedor de fruta cerca al cartero que siempre esperaba o de esos que gritaban en las calles que había dulces en venta, paletas, helados y cocadas. Los árboles de matarratón ya no fueron testigos del fuerte sol sobre la pradera encantada y el olor a petróleo quedo en las casas de los obreros que se sentían duendes alquimistas, magos de mediopelo o brujas encantadas. Los varones ancianos se trepaban sobre las tapias de los muros para amancebar a las vecinas que después del pago se quejaban y algunas afirmaban que su buena fe fue asaltada, pero era todo mentira porque de los troncos de los viejos todas lo disfrutaban y de esos toques manos varias quedaron embarazadas.

 

Cajas y maletines viejos estaban al lado de las pocas pertenencias que les dejaron en la retirada con pedazos de alfombras que ni figuras se les notaba, pero los hicieron chatarra para empezar de nuevo con un baúl de madera refinada, quien entrego el dinero de la venta era tacaño, miserable y oportunista que a todo momento robaba. El sol diario de la mañana se oscureció por varios meses en esas trasnochadas, luces de rayos fuertes acompañaron la nueva jornada y después de seis meses de trajinar la charrada se estabilizaron y aunque no llego la calma si la mesada. Corrieron a refugiarse a casonas pobres y extrañas, a mundos que ni las matas acostumbraban y en donde no había nevera ni radio, menos colchón y los pobladores de esos lugares no tenían nociones de eso que era una almohada. Los baños de la modernidad no existían en la nueva casa, acurrucándose para el servicio y la regadera era antaña, de cobre oxidado y destartalada.

 

La totuma que se usaba como taza para tomar guarapo, esa fue regalada por los fanáticos de la doña que hablaban de generosinada, y el mismo recipiente hizo de ángel guardián en la historia narrada y machacada porque algunos comentaban que el mismo recipiente lo usaban para las orinadas. Tortas de amor hechas de harina con chicharrón era uno de los comestibles que siempre sobraba y el agua de panela caliente nunca faltaba como muchas veces se convertía en bebida helada que hacía vomitar a los mancebos cuando uno de ellos trotaba. Así llenaron el estómago los pequeños aventureros que cambiaron la rutina entre la lucha y la nostalgia y sin carne asada.

 

El paisa que vendía los chicles y dulces quería llenar de placer su propia aventura desenfrenada y hacia propuestas lidiosas al más bello entre leones y tigres que ya ofrecían sus encantos entre escondites y chamizadas detrás del colegio o cerca de las canchas avanzadas, pero se impuso la fragancia con la templanza porque el lindo muchacho no se prestó para esa mal jugada. Hubo pureza y brillo de encanto en el suelo de los matorrales sobre la pequeña quebrada y allí empezó a conocer como el interés llega primero a la solidaridad estiercolada. Habían miradas que seducían los hermosos cuerpos atléticos que crecían libremente sin disciplina enajenada, hasta las chicas inmigrantes cuando iban a la quebrada los tocaban, así se volvieron esquivos y guardaron distancia de cabras, ovejas, yeguas y mulas ensortijadas.

 

La campana del Colegio sonaba muy triste cada día sin sus viejos alumnos y algunos de sus anteriores contertulios daban la noticia que algo y a alguien extrañaban. El joven ruiseñor dejó de cantar en la ventana añorada y la mejor silueta se había retirado de juegos y de la planada. El profesor regañón con rostro de monstruo se sentía el dueño de la ciencia y de la estaca, se quedó sin el mejor alumno que paso a otra estancia y desde el otro extremo le reclamaba porque ese rufián maestro a las profesoras hermosas enamoraba. Hubo varias profesoras que abusaba del clima, sus calzones mostraban y para seducir a los pupilos de 15 a veces se los quitaban. Las madres de familia que eran puritanas con voces y panfletos hicieron la revolución lanzando al viento la protesta y denunciando que las letras estaban pervirtiendo a sus hijos y que el colegio era una tentación. Los progenitores masculinos no se solidarizaron, simplemente dijeron que sus esposas estaban exagerando y que ellos creían que las educadoras tenían excelente mando.

 

Venas y arterias se confundieron y se hicieron débiles en esa retirada, bajaron su energía con fiebre incorporada que causó revuelo dentro de aulas que estaban iluminadas. Los alimentos escasearon por varios meses sin quien los trabajara, las vacas dejaron de parir porque una fuerte sequía las asesinaba y empezaron los toros desde entonces a no querer montar a las hembras y se veían solitarios cuando antes se vieron en manadas. Los niños iban en busca de comida a una estación ferroviaria donde todo lo pagaban y era tan difícil el transporte que los trenes casi nunca llegaban. Los platos que servían no cambiaban de color y el sabor no tenía buen gusto y las carnes no tenían sazón.

 

La pobreza de los obreros con largas jornadas llenaba de confusión la historia, la geografía, la química, la física y las leyendas entre cortadas. El despiste de lo inesperado era música como serenata encantada y se veían a enamorados con tríos que no sabían nada, aunque cargaban guitarras y maracas, pero nada de nada. Hubo noticias fanfarronas con mediocres locutores en las escalinatas, esas crearon nuevas ilusiones en las mentes doradas, pero cuando se les interrogaba ellos nada sabían y simplemente decían que fue una anonimada. Nunca los niños perdieron el abolengo de su raza y permanecieron erguidos como tenaza, coraza y lanza. La hipocresía de la gente era normal como la misma cerveza, todos iban a misa imitando a santurrones y varias damas buscaban al cura y muchas veces el pervertido se aprovechaba se veía sin camisa y con prisa.

 

La sangre real de los cuentos llenó el vacío en los desvelos y llegaron nuevas risotadas que se hicieron burla entre los payasos que en las calles caminaban como si fueran bagazo. Había claveles rojos, blancos, grises y morados por toda parte donde esos irripios paseaban, pero por miedo al dengue y a la fiebre amarilla nunca los regaban y jamás los cortaban. Algunas de esas flores llenaron de belleza el paisaje en la misma ramada y como arte de magia en una hermosa madrugada llego una excelente propuesta que no lesiono la mermelada y que sirvió para cambiar el destino porque donde ellos estaban no ofrecían nada. Llegaron manzanas del norte y del sur arribaron duraznos, del oriente aparecieron árabes que con cuentos chinos estafaban, luego se presentaron varones que se sentían orgullosos porque afirmaban ser originarios de una nación llamada Turquía y se envalentonaban, empezaron ofreciendo mejores intereses a quien dinero prestara, una vez recogieron sumas elevadas y morrocotas de oro, todos desaparecieron pero dejaron hijos y varias preñadas como retoño de ratoncito en varias muchachas los bebes se quedaron sin apellido y los picaros disque se creían banqueros y nunca devolvieron el dinero de la recogida y oh, que mamada. La policía siempre opinaba y sus miembros se sentían muy inteligente y esa era otra mentira, ni siquiera sabían en que continente estaba ubicado el país y de donde la gentuza procedía desbaratada.

 

Llegaron las vacaciones y el mayor tomó una fuerte e incómoda decisión que lo hizo florecer como líder de la comarca y águila que volaba. Debo abandonar esta urbe –dijo- y salió rumbo en busca de solidaridad a una ciudad frontera, aunque allí no con gusto lo esperaban. Un bus viejo y raído lo llevó al final del túnel que se iluminó al llegar a su destino y al ver la población hospitalaria y generosa que abría sus puertas a desconocidos como si fueran de la parentada, se sintió muy feliz, aunque no se quedó allí si unas pocas semanas. Él hubiera querido que sus hermanos menores lo acompañaran, pero fue imposible motivar a los otros a continuar bajo un solo rumbo siguiendo los mismos pasos unidos como roca acrisolada. Fue rápida la acción del viaje y no hubo tiempo para pensar en lágrimas ni en eso que la gente comía con lechona incorporada. El mozuelo fue bien recibido por una diosa llamada la gata, de labios rojo carmesí y colorete escarlata. La dama cambiaba de semblante cada vez que se disgustaba y al marido lo sacaba corriendo y no lo dejaba pronunciar una palabra ni risotadas.

 

El esposo también aportó al visitante con sus juegos y bromas que llegaban hasta la pista de los burdeles que se veían con casas encantadas de luces multicolores y hermosas mujeres que a la distancia se observaban. Las calles de la nueva ciudad estaban mal pavimentadas y escaseaban los faroles en las esquinas y algunas avenidas parecían en ruina, daban nostalgia y sin una fragancia. La luz de la vida y de cada estirpe estuvo lejos de los rincones en los negocios que se contemplaban al lado del malecón o de la zona comercial en donde todo se vendía, también se alquilaba o se compraba. Los cuerpos vivientes de la otra frontera que venían del oriente, del centro y de la capital, ofrecían dinero en efectivo para complacer el secreto nupcial y los criollos citadinos les encantaba el dinero y eran muy complacientes disfrutando a la carta aun en los potreros.

 

Una tarde se estacionó la primera motocicleta con alto cilindraje en la puerta principal del huésped en esa navidad hospitalaria de la recreación juvenil y la velocidad hizo de maestra a quien aún no se enamoraba. El viajero se subió con fuerza de lobo experimentado sin saber que empezaba una nueva jornada y extrayendo secretos prestados, pero con intención de profundizar el mundo desconocido, nuevas aventuras en la confianza se dejaron llevar hasta los centros comerciales y autopistas que ya se veían iluminadas. Ese vehículo hizo su agosto bien equilibrado dentro de la exploración como antesala a quien complace la nada con vientos del otrora amanecer que aun vibraban con fuerza sobre la pista y la misma piel que se acariciaba.

 

El pequeño vehículo frente a la ventana sorprendió a los parientes que estaban aterrados de la facilidad, de cómo aparecían y llegaban amigos como por encanto de magos y alquimistas que se unen sin la mejor jugada. El hacer amigos sin muros tenía sus ventajas, pero él sabía que todo es un riesgo, que no es fácil conocer el corazón ni la intención de quien propone una nueva fiesta dorada, aunque hay confianza cuando el deseo está cerca a la honestidad con transparencia de luces y colores hacia el infinito que se pierden sin acelerar la moto prestada. Simplemente el pasajero cada vez que salía como visitante, alzaba su mano derecha para despedirse sin importar los comentarios de cada mirada o la izquierda dependiendo quien estaba cerca de las casas en la bajada. No era precisamente una hermosa princesa quien lo transportaba, pero si estaba seguro de que las mejores rosas están a veces en los caminos intransitables o en esos parajes donde la brisa calma la tempestad añorada.

 

Su figura de hermoso león de fuego lo hacía parecerse a esos de los cuentos de hadas, tenía la certeza que las escenas serian maravillosas y de hecho llegaban como refrescantes en medio de altas temperaturas y aparecían las figuras que nadie las invitaba. El drama de los intrépidos se repitió por horas cada atardecer durante varios meses, la oscuridad de la quinta y de la sexta, hacían que los besos llenaran el vacío con más hechos de éxtasis entre cristales de azahar y baldosas encantadas que como el mármol lucían en las largas temporadas. No era fácil aceptar que la gente era maleducada y que el estudio no era la nota asegurada en cambio era muy importante el comercio y las charlataneadas, todos se creían príncipes rubios y princesas encantadas, pero no había mandarinas frescas ni mangos amarillados.

 

Caricias, besos, abrazos y suaves mordiscos sin lesionar la piel era la danza en ciertas madrugadas y a veces no se ilusionaba porque estaba cerca un cementerio que las calaveras mostraba y huesos fuera de las tumbas que le hacía recordar que la vida pasa rápido y que no nos llevamos nada. La brisa de los Alisios refrescaba la aventura como una telenovela escriturada de esas que hacen y presentan muchas tontadas haciendo perder el tiempo aun a los aguilones que se comían las crías conejadas. La altura de quien conducía estaba por encima de la carretera y del canal que de la Avenida de la Indisciplina los llevaba al Zulia y al Río de la mudanza, también tejieron hermosas historias que hoy están a distancia y de vez en cuando cruzaban la línea a otras autopistas que estaban arrasadas por rifles ilegales y que a todos mataban, atravesando la frontera sin permiso del gobierno vecino que nada le importaba y funcionarios que no revisaban las maletas y que a nadie carnetizaba.

 

Aquel diciembre fue de resplandor y ensueño en toda la comarca, en cada casa se veían arbolitos artificiales con bolas cristalinas que atraían magias encantadas. El contacto con otros amigos que también estaban al final de la adolescencia, los vinos traídos de Portugal, Inglaterra y Francia hicieron llenar de fantasías los días, tardes, noches y hasta las mismas carcajadas en esos amaneceres que aun hacen vibrar la membrana acrisolada como el oro en fuertes kilates y filamentos de plata. Todo era como un sueño entre la realidad, fantasía y esperanza que no se apagada. Sobre la calzada en la misma vía quedaron las sillas fabricadas en mimbre, madera y aluminio, junto a canciones que recorrían otras leyendas y las misma arroparon parajes desconocidos añorados por los sauces de esos inviernos encantados y fríos. El beso de ese primer amor de enamorado en la madrugada tuvo su precio y no pudo olvidar porque se quería repetir cada instante o pedirlo sin ganas de nada, la cocina de Rosa aun guarda hoy el mejor de los recuerdos que hace añoranza sin querer regresar al pasado porque ciertas ilusiones es mejor no atraerlas sino vivirlas aunque cueste no aprender nada.

 

El mayor de los invitados se hizo el de las gafas recortadas y uso su propia picardía para disimular que todo lo observaba, a él también lo llenaron de besos y caricias y fue precisamente la mejor de las miradas que se veían dentro del recinto y que todos querían tocar como manzana endulzada. El cuerpo despertó su apetito y el lívido dormido en el indefenso combate, entre la fuerza de luz y la debilidad de la cornada hizo fantasioso el circo y todos se fueron sin el rústico aguacate. La música llegó de México, su intérprete estaba a la moda, movía su esqueleto como diosa encantada y se hacía caramelo cuando de tarima y aplausos se trataba, aunque no tenía belleza fina ni curvas encantadas. La rareza del artista en cada movimiento hacía dudar de la tradicional costumbre engalanada en donde el macho es macho y la mujer con falda sigue acurrucada hacia la quebrada. El chisme se hizo moda y los coros de habladurías se parecían a las cotorras de esas que le roban a la selva mágica y que venden bajo el látigo negro en donde todo se maltrata.

 

La plaza de mercado ofrecía la mejor de las mesas baratas con su variada comida casera culinaria con exceso y colestorada que subía la presión arterial y a corazones ancianos destrozaba. Cada tarde sobre las esquinas de las amplias avenidas y como algo agachadas, estaban ciertas mujeres con ollas improvisadas, ofrecían fritanga de cerdo, res, cabro y papas enchaquetadas, varios carritos con valineras que vendían chicha, masato, café con leche, guarapo o limonada. Seguramente el baile que con cada esfuerzo rodaba llevaba la grasa animal lejos del cuerpo de quienes compraban y saboreaban, por esas cañerías que atravesaban los pisos y se dirigían a las quebradas, y cuando estas se descomponían las calles parecían cloacas, los pobladores se vomitaban y las diarreas en los niños aún no se acostumbraban.

 

Al caer el sol y entrada la noche al lugar todos con hambre llegaban a saborear la comida criolla, tamal, chocolate caliente y yuca sancochada. Tomaban jugos sin control de los grupos de higiene, se hacían los tontos para no pagar los impuestos y como contradicción los mismos exigían excelentes farolas públicas y las calles pavimentadas. Los pobladores en masa llenaban de alegría la vida con charlas embrujadas, hablando de duendes, diablos embrujos y la juventud nunca era galardonada. Algunos comían el plato de gallina criolla o el famoso pescuezo relleno de esos que nunca faltan en las verbenas azuladas y azufradas, varios se perdían en parejas en ciertos matorrales en las madrugadas, ciertos aparecían caminando raro y algunas embarazadas. Como siempre quienes no tenían dinero no saboreaban nada y los más rezanderos siempre algo robaban.

 

Cada día sumaban en pandillas los mejores cuentos de la época que se imaginaban o inventaban, pero eran tan mediocres que ni exagerando la risa llegaba. Hoy ellos no se arrepienten y dicen que no tienen memoria de hechos que pasaban, que sólo recuerdan sucesos honestos que han practicado sin profesor y sin avena colada. El néctar de besos adolescentes con naranjas peladas los hacia creerse con sangre de guerreros y mancebos de casta parada. Las rifas y los espectáculos eran parte del cuento de la estafa y si alguien ganaba el premio a éste jamás le llegaba. Los protagonistas aprendieron de cosméticos costosos y perfumes que la propaganda afirmaba que eran del extranjero, era una mentira porque el mismo Don Adolfo envasaba, mezclando ciertos alcoholes y esencias inventadas de hojas de yerbabuena, anís y jugos de las raíces dormideras y de gigantes enramadas.

 

Los fines de semana los más elegantes visitaban organizados prostíbulos existentes donde la chusma deleitaba y sobre letreros con luces de neones a todos los invitaba, cada lunes en coro decían que nada recordaban y buscaban préstamos con empeños de cachivaches para desayunar o para pagar el pasaje del bus en forma descarada. Los más vivarachos en cajas, maletines o maletas revendían ciertos productos que a cuotas semanales en silencio y fino tacto todos compraban y se apuntaban. Uno y otro muñeco también adquiría lociones y cremas que eran para las muñecas casadas y todos usaban billetes o dinero extranjero que bajaba de polvos alcalinos y se sentían emperadores comprando objetos y cosas robadas. El valor y cada ganancia servían de acicate para muchas emociones o lucir ropa fina con viajes al exterior llevando en sus cuerpos mercancías a otras fronteras ya idiotizadas. El billullo hizo fiesta en los bolsillos de las camisas, muchas veces en los pantalones que en las tardes se caían dando como resultado desconocidas desviaciones y moviendo el esqueleto como putas baratas en los rincones.

 

Se inventaron muchos viajes y recorridos a varios municipios de la estancia. Al lado de las ventas, se llevaba ropa de baratija y era revendida en las calles como subasta. Calzones, sostenes y faldas de niñas y de damas se ofrecían en cada pueblo y se mostraban con trucos aprendidos de los comerciantes. Las manos y las voces eran rápidas como las gacelas de occidente y se improvisaron altavoces para llamar a quien invertía y llegaban a comprar hasta de la Porfía. El águila estuvo celosa porque hubo competencia y ganas, la contraparte era vanidosa, pero se acostaba con cualquiera sólo que debía tener dinero que abonaba el galante al instante.

 

Algunas chicas también se beneficiaron de los músculos, uno que otro campesino gozó con el producto que, sin mostrarlo en vitrinas, complacía con excelente resultado. También brilló la inexperiencia en las incógnitas reservadas y no siempre se complacía a quienes exigían otras carimbadas. Los buses de la época eran tan lentos que los brazos de los chicos como pájaros estaban siempre por fuera de las ventanillas cerca a los grillos, agarrando las ramas de las plantas al lado de las carreteras que allí colgaban, parecían caminos para mulas o burros por donde los vehículos pasaban, los alcaldes de esos pueblos se las ingeniaban para hacerlas aparecer en la gobernación como pavimentadas y todos los funcionarios desde entonces el erario se robaban.

 

Una tarde en el pueblo vecino de la otra nación, apareció un amigo pariente de la familia del jovenzuelo e invitó al protagonista a cambiar de ciudad y le mostro una oportunidad para viajar a una famosa urbe que se llamaba Centro. Allí se movió, olvidó los amores fronterizos, llegaron otros entre libros y exquisita mesa que cambiaron la rutina y los músculos tomaron más fuerza. Había distancia entre el lugar y el nuevo colegio, todo se solucionaba porque las células innovadoras siempre ayudaban y no hubo problema que no se desintegrara. La camioneta negra Chevrolet estaba segura al llegar diariamente recogiendo al muchacho y al mejor estudiante. Se hizo rutina en la educación que los jóvenes siempre tenían ayudante. El joven de raza africana y de apellido Ángulo era el más cercano a la mirada del ahora con mansión y se acercó demasiado y juntos compusieron una nueva canción, como siempre en toda fiesta llego una joven de nombre Miriam que se quiso pasar de lista y sedujo al mozuelo recostándolo contra la pared y mostrando sus pechos y retirando la blusa, éste algo asustado la rechazo y las tomas eléctricas de la pared los electrocuto al instante. Al llegar la policía al inmueble sólo dijo a la autoridad que fue un accidente por acercarse demasiado a los cables y el no saber que su cuerpo era conductor de la chispa.

 

El calor fuerte de la tarde lo dejó sin complacencia a varias propuestas que le hicieron debajo de los árboles de matarratón o en los matorrales que de la casa conducía a la quebrada. Todo se convirtió en un hermoso idilio para el mozo que deslumbraba. El baile, las ventas y el vino se transformaron en convento. Cada día en la madrugada era feliz llegando al recinto sagrado, para ayudar dentro de cultos divinos. El pariente Gonzalo fue uno de los santos varones que el joven admiro, fue tan pulcro y recto este ilustrado que de él aprendió a profundizar en investigaciones científicas y sobre cosmología, además de razonamiento abstracto, lingüística, filosofía y teología. Hoy recuerda el señorito que ya ha envejecido, que hay notas en el pasado que hacen la vida maravillosa y de esas salen enseñanzas que no a todos les toca.

 

Su fuerza de aventurero estaba por encima de organizaciones citadinas y nunca creyó en los rufianes que se aprovechaban de incautos e ilusos con títulos mentirosos y con doctores sin cartón que se aprovechan de ocasiones y estafan al más inocente, pero a esos malandros también le llega a su casa la bendita cobranza, desconfiando aun de profesores que se creían de mejor familia y esos no sabían ni leer el párrafo de Don Miguel de Cervantes Saavedra. El año se pasó volando como águila de nido especial, cuando se dieron cuenta llego una nueva navidad y estas se repitieron y vio el reloj del tiempo y hubo comprendido que había pasado hacia varios años la etapa de su pubertad. Al llegar la otra navidad estaba de nuevo fuera de la casa paterna y cada día se alejaba de ser adolescente. El corajudo infante pensó irse para una urbe más grande, llego de la capital un pariente lejano que tenía lista la mansión a donde con emoción viajo sin contratiempo y como amapolas radiantes tres tías abuelas lo recibieron. Todo estuvo listo y las notas del nuevo colegio fueron sobresalientes y no hubo reclamos ni obstáculos para seguir cada avance.

 

Quiso conocer la región viviendo en un mejor sector de la gigante ciudad, el consejero quedó feliz del muchacho y le aconsejó ir primero a una ciudad más pequeña antes de mudarse a la gigante plaza donde estaría muy cerca a las oficinas de la Alcaldía. Oscar llegó como amigo desprevenido en la urbe capitalina y montaron una pequeña orquesta que recreo muchas fiestas y a los tristes divirtió. Los integrantes del grupo artístico empezaron a ver la vida diferente, él compro un lavadero de carros y la cafetería de la 65. Hoy es rutina la experiencia y siempre se presentan hermosos hechos en cada jugada. Si se repitiera la circunstancia detendría el sol de la raza y volvería a los 15 o también a los 16 donde había hermosas rosas, lindos y abundantes claveles. El no cambiaría el lujo de lo moderno por la risa suave del otrora tiempo y la dicha que produce la memoria del regreso, aunque aterriza los pies y sabe que no se puede devolver la comedia cuando ya están presentes las arrugas. Cada camino es un recuerdo y cada hecho llena de placer la nostalgia, pero hay una fuerza muy grande que hecha tierra a ese pasado que como una ilusión pasa y aunque hay recuerdos maravillosos, lo mejor es escribirlos para que otros encuentren el camino para mejorar el hoy como el futuro.

 

Hoy todos los protagonistas siguen vivos o muertos en la jornada, debemos concretar que los de ayer muchos están muertos, distantes o desaparecidos, quienes viven ya no recuerdan nada de los viejos amigos porque nacimos en la época donde todo es interés, construimos con errores un mundo al revés donde ya no hay lealtad y menos fidelidad, se despedazo la confianza y la solidaridad y en este mundo de contrataste este es un mundo de mujeres y varones desagradecidos. Unos cruzaron el mar a mucha distancia y se hicieron ciudadanos en otras naciones, una gran mayoría de amigos de ellos nunca se sabe nada y aunque las redes logran encontrar gente del pasado ya hacen parte de las mañas que se han incrustado.

 

Es la vida, es el suelo, es la sociedad, es el instante, el dinero y la modernidad destruyeron los sueños, hoy no podemos confiar ni siquiera en sacerdotes o abogados porque son iguales a ladrones o a delincuentes esfumados, algunos son raponeros y todos están equivocados. Es el canto de alguien nuevo que escucha la melodía sin esperar la fragancia y es la música que llevamos dentro y no hay con quien bailarla. Esto sí es cierto que jamás regresará la adolescencia ni la juventud y cada cual debe construir solo sus sueños y no poner atención a los muros que construyen envidiosos, mezquinos, egoístas o miserables porque nacemos solos y solos sin nada nos vamos.

 

Eso es lo de menos dicen quienes tratan de vivir felices y libres como el viento, debemos poner melodía y risa, aunque no nos escuchen los mirlos ni las águilas de la comarca. Lo más irónico es haber estado todos en un mismo suelo con dicha, en interrogante y casa. Hoy aunque es algo triste cada cual esta solitario dentro de su propia casa y con muros que se diseñaron para bloquear la cercanía, los más listos deben tejer herramientas para encontrar su plena felicidad, retirando la maldad, buscando siempre sonriente la dicha y nunca aparecer como si fuera el primero hasta lograr la paz con sosiego.

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